Las ventajas son: la calidad técnica, táctica y estratégica de su juego en equipo, a pesar de la brillantez individual de muchos de sus jugadores que podrían ir de divos, y la sensatez, el sentido de las medida y el respeto de que se hace gala hacia dentro del grupo y hacia fuera. Estos valores, de indudable fuerza ejemplarizante, no sólo generan afición sino que también la seducen y la educan, que buena falta nos hace. El contraste es evidente con otras escuadras condicionadas por sus divos, bravuconas y ofensivas, que tienden a enlodazar la competición y a embravecer las hinchadas con eso que se dio en llamar "calentar los partidos".

Los handicaps primordiales también son dos. De una parte, la presión sicológica ambiental que se ha ejercido sobre el equipo, derivada en esencia de ser considerados favoritos por partidarios y adversarios y, de otra, una cierta inferioridad física en relación con otros conjuntos, que se muestran más fuertes físicamente, más a punto o quizá menos cansados que muchos de nuestros jugadores.

El primer handicap debe desaparecer a esta altura del campeonato, porque haber alcanzado las semifinales hace que el equipo haya cumplido ya lo básico de las expectativas mínimas exigibles y hoy nadie reprocharía a nuestros jugadores y técnicos el que no lograsen pasar de aquí, dado que han conseguido el nivel máximo histórico en esta competición. Los jugadores pueden y deben saltar al terreno de juego contra Alemania sin las ataduras sicológicas y la presión que hubieron de soportar hasta llegar a las semifinales.

Otra cosa es su relativa inferioridad física, que precisamente tendrá su piedra de toque en el encuentro con los robustos germanos. Este es el handicap que queda por superar y que, sin duda, es posible hacerlo con nuestra calidad técnica. En todo caso, no debemos olvidar que todo esto es principalmente un juego y que, por ello, tiene un papel cardinal el arbitrario azar. Por eso cabe tan bien desear suerte y fortuna a nuestra selección contra Alemania y contra lo que venga.

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