Decía Solomon Burke sobre su bandera, Everybody needs somebody to love, que lo bueno de la canción es que se mantuviera vivo su espíritu. Todo el mundo necesita alguien a quien amar, era su himno y el himno que convertía sus conciertos en "una fiesta privada". Ayer, 10 de octubre, fue un día triste para la música. Solomon Burke fallecía a los 70 años -por causas que aún se desconocen-, a bordo de un avión poco después de aterrizar en el aeropuerto de Schiphol (Amsterdam) procedente de Los Ángeles, de acuerdo con datos ofrecidos por un portavoz del aeropuerto.

El músico estadounidense tenía previsto actuar mañana en el club Paradiso de la ciudad holandesa junto al grupo de rock local De Dijk, con el que había grabado un disco. Las entradas estaban agotadas.

Burke fue un renovador del soul, al que imprimió ritmos rockeros. Con el paso del tiempo fue todo un emperador del género y, además, un hombre entregado a su iglesia: "Con mi religión transmito buenos valores como la paz, el amor y la armonía", declaró durante su visita a España para actuar en el festival de jazz de Oviedo de 2006. Y añadía: "Doy las gracias porque se me recuerde como un pionero del soul y del gospel". Lo fue.

Esa combinación entre religiosidad e innovación musical le dio apodos como el obispo del soul o el predicador del soul, compitiendo con otros reyes y grandes damas como Ray Charles, Marvin Gaye, Aretha Franklin, Sam Cooke o padrinos como James Brown.

Nacido en Philadelphia en 1940, fue criado en el seno de una familia muy religiosa, responsable de la Iglesia Unidad Para Toda la Gente. En esa atmósfera de elevación espiritual nació su vocación de cantante y predicador, y a los 14 años entró por primera vez en un estudio de grabación. En 1956, en plena adolescencia, ya tenía una grabación con aires navideños. Enseguida se cruzó en su vida el productor Jerry Wesler. Decir Wexler es decir Atlantic y decir Atlantic es hablar de la discográfica de las estrellas del soul más puro, en contraposición de los hermanos de Motown, con sus claves más discotequeras. En Atlantic elaboró Burke sus mejores cosechas con cerca de cuarenta sencillos.

Pasó, sin embargo, sus tiempos oscuros y nunca alcanzó la fama de los prebostes de la escena citados líneas atrás. Hasta que el siglo XXI lo recuperó gracias a estrellas como Costello, Dylan o Nick Lowe en el álbum Don´t Give Up On Me, considerado mejor disco de 2002, según la revista británica Mojo y que le valió un Grammy. Antes, (en los años ochenta) ya le habían hecho guiños John Belushi y Dan Aykroyd en el filme de los Blues Brothers. Desde este disco en adelante intensificó su regreso a los escenarios. La gira de ese trabajo fue la que lo trajo a España por primera vez en 2003, en el festival Vía Jazz, en Collado Villalba (Madrid) y en Barcelona.

El reconocimiento internacional, sin embargo, ya le había llegado en 2001, cuando entró en el Hall of Fame del Rock and Roll, el mismo año que Michael Jackson y Paul Simon.

Su obesidad mórbida -pesaba 140 kilos y llegó a sobrepasar los 200-, le obligaba a cantar desde un sillón real u obispal. Eso no impidió que realizará interpretaciones genuinas de Cry Baby (también utilizada en el cine), con una voz portentosa, o la emotiva I got the blues. Y, claro, nada como Solomon Burke para versionar a coetáneos del soul y el rock vía joyas como Geogia, Proud Mary, Lucille o el mismísimo Johnny B. Goode que tanto le gustaba hacer en vivo acompañado de los Solomones con una de sus numerosos hijos de corista.

Tenía 21 hijos, 90 nietos y 19 bisnietos, según recoge su biografía oficial en su página web. Burke deja atrás un legado musical de 35 álbumes y más de 17 millones de copias de discos vendidos. Adiós a un protagonista del ritmo espiritual (y alegre).