En un comunicado oficial de las autoridades chinas se ha calificado de "blasfemia" la concesión del premio Nobel de la paz al disidente Liu Xiaobo, que está en la cárcel por haber promovido un manifiesto reclamando la democratización del régimen. Es revelador que, desde el ateismo de estado, se escoja precisamente la palabra blasfemia para descalificar el premio, y por tanto el apoyo, a un disidente político. La blasfemia es esencialmente una ofensa grave a Dios o a lo sagrado y viene a cuento en este caso porque, efectivamente, los regímenes totalitarios tienden a deificarse, que es la forma de volverse sagrados e intocables, tanto en sus doctrinas como en su acción política. Blasfema la Academia sueca porque premia y ensalza al blasfemo que ofendió gravemente al poder omnímodo, simplemente por el hecho de demandar que el poder político deje de ser omnímodo, se reparta, se intervenga y se relativice, que en eso consiste la democracia.

En el mundo religioso la blasfemia se entiende como un pecado de extrema gravedad, porque, en el fondo, es una rebelión contra el poder indiscutible de Dios. Se ofende a Dios para librarse de él y acabar negándolo. Pero en política la blasfemia sólo existe en y ante los regímenes totalitarios, que se sacralizan y se convierten de facto en sistemas religiosos porque el poder trata de legitimarse y de asentarse en principios, dogmas y reglas preestablecidos y fuera de la opinión o del control de los ciudadanos que, como los fieles de cualquier religión, sólo tienen que acatar y cumplir. Lo contrario es blasfemar. Por eso la blasfemia política es el primer y más legítimo grito de libertad, paso imprescindible para convertir al súbdito en ciudadano y para negar el poder omnímodo, que es incompatible con la democracia.

Se blasfema, pues y afortunadamente, en y ante las dictaduras. En democracia, donde el poder ni es sagrado ni de origen divino, los ciudadanos nunca blasfeman. Sólo se oponen, califican o critican y debaten para generar el poder mismo y controlarlo.

Bienvenida sea, por tanto, la blasfemia sueca y la de Lin Xiaobo, como lo fue y sigue siendo la de Aug San Suu Kyi, que también ganó el Nobel y también sigue arrestada

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