–La cuestión es la crisis.

–Estamos en crisis. ¿Hay luz o no hay luz al final del túnel? ¿Cuanto más descendemos por el túnel más oscuro se volverá todo? No tengo respuesta, me lo planteo.

–¿Estamos, pues, como se encontraban los mineros de Chile a 700 metros bajo tierra?

–Sería prometedor. Se podría hacer algo. Pero pocas personas se han dado cuenta de que al tiempo que se salvaba a 33 mineros en Chile morían otros tantos en China sin apenas cobertura de la prensa. Con algunas cosas maravillosas se desvía la atención de otras muy desagradables.

–Sobre nuestro túnel...

–Creo firmemente que el mayor problema, actualmente, no son España, Grecia o Irlanda, ni tampoco los países emergentes. La crisis viaja de un país a otro. Y las soluciones no están en ningún sitio en particular. Son globales. Creo firmemente que estamos en un período de cambio de reglas de juego. Las formas antiguas, de nuestros ancestros, elaboradas en los siglos XIX y XX, ya no nos sirven. Se hicieron a la medida de soberanías nacionales delimitadas. Se basaban en la suposición de que todos los problemas se pueden encerrar en el marco de un Estado soberano. Ahora bien, esas antiguas formas ya no funcionan. Nos encontramos en un interregno porque lo antiguo no funciona y las nuevas formas aún no se han desarrollado. No tenemos ningún equivalente global de los métodos de acción colectiva que funcionan aún a escala del Estado nacional. No hay representación popular ni instituciones decisivas, ni contamos con autoridades globales. Vivimos entre la enormidad de los retos y la miseria de los medios.

–Cuando China despierte... se decía con temor; pero en vez de ser un problema se está revelando como una solución.

–No soy profeta, soy sociólogo. Y los sociólogos somos muy humildes. He dedicado más de sesenta años a estudiar, puedo explicar el pasado, pero no tengo destrezas para profetizar. El futuro no existe y no puede haber una ciencia de la nada. Lo que ocurra dependerá de China y el cambio en su liderazgo, también dependerá de las acciones de EEUU y de otras muchas cosas. China está también en un interregno. Es el primer poder industrial del mundo con el mayor potencial exportador, pero al mismo tiempo tiene un grado interno de desigualdad tremendo. Su éxito se basa en una mano de obra absurdamente barata. Pero su gente ya mira alrededor y quiere sindicatos, mejores sueldos y consumir, con lo que disminuirá el margen de beneficio y quizás otro gigante como Brasil coja el relevo. Todo está relacionado con todo. No sólo Cataluña depende de Galicia, sino que ambas dependen de Malasia y al final todo impacta en las personas que viven en un lugar determinado. Seguimos pensando de manera local y así nunca encontraremos soluciones.

–No cita a Europa entre los grandes. ¿Murió en Auschwitz como algunos piensan?

–No, llevo veinte años viajando por toda Europa dando conferencias. En todos los sitios me preguntan ¿por qué somos tan pesimistas? Menos una vez, cuando la conferencia era sobre Europa, en que me preguntaron ¿por qué somos tan optimistas? Europa no ha terminado su historia ni en Auschwitz ni en ningún otro lugar. En dos mil años Europa ha afrontado muchos retos y ha encontrado soluciones. No tiene poder militar o económico, se dice, y no puede tener, entonces, un papel importante en el mundo emergente. Creo, sin embargo, que Europa tiene algo que puede aportar al mundo emergente: las destrezas que ha desarrollado para convivir con las diferencias. En España, cada cien kilómetros o poco más, aparece una cultura con sus tradiciones e idiomas ligeramente distintos. Y todos cooperan estando todos en paz. En 1945 nadie podía imaginar que Francia y Alemania podrían convivir en paz. Mi propio país, Polonia, estaba rodeado de enemigos por todos los lados. Ahora está rodeada de amigos. Es asombroso. Eso no tiene precio. Eso es lo que necesita el mundo. Europa no tiene ya un gran poder militar ni económico, pero su futuro espiritual es muy grande.