Trotamundos, conversador, gordo, amante de las artes y de la buena vida, franquista y, como buen irlandés, católico. Walter Starkie (Lilliney, Dublín, 1894-Madrid, 1976), fundador y primer director del British Council en Madrid, recorrió España acompañado de su inseparable violín en la primera mitad del siglo XX e hizo en cuatro ocasiones uno de sus caminos más simbólicos, el Camino de Santiago. Este nuevo George Borrow dejó testimonio de sus experiencias en amenos libros de viajes, entre ellos, Aventuras de un irlandés en España (Espasa Calpe, 2006) y El Camino de Santiago —inencontrable hasta ahora y recuperado por la editorial Cálamo medio siglo después—, en el que Starkie se muestra como un profundo conocedor de la vida, las tradiciones y la historia de España.

La nueva edición de El Camino de Santiago está prologada por otro gran hispanista irlandés, Ian Gibson, que no llegó a conocer a Starkie pero supo de su existencia ya en 1956 cuando inició sus estudios de literatura española en el Trinity College de Dublín, donde aquel había sido profesor treinta años antes.

De las distintas obras de tema español que escribió Starkie, El Camino de Santiago. Las peregrinaciones al sepulcro del Apóstol, publicado por Aguilar en 1958, fue en su tiempo la que más interés despertó. "A veces he pensado, a decir verdad, que Starkie nació para escribir aquel libro, pues ¿cómo no iba a fascinarle a él, como buen católico irlandés, hispanista, andarín y juglar, el peregrinaje más famoso de Europa, fuente de infinidad de historias, leyendas y anécdotas?", escribe en el limiar Gibson.

Gibson sospecha que el cineasta aragonés Luis Buñuel tuvo en cuenta la lectura de este libro cuando trabajaba en el guión de La Vía Láctea, rodada en 1969, e intuye que el pasaje de la aparición de la Virgen al joven cazador, vestida de azul y hermosísima, está inspirado en lo acontecido al inglés Godrig y a su madre durante su peregrinaje a Compostela en la Edad Media, que menciona Starkie.

En uno de sus viajes a Santiago, en 1951, Walter Starkie llegó a apadrinar a una compostelana, hoy convertida en una profunda admiradora del hispanista irlandés, Mercedes Pintos.

La abuela de Pintos regentaba El Bombero, un célebre restaurante en la calle del Franco, y su madre se puso de parto estando en el establecimiento Starkie, quien quiso apadrinar al bebé y que llevase su nombre, así que la autora de Pedras de compostela fue bautizada como Mercedes Gualteria.

Admirador de Cervantes y traductor al inglés del Quijote y de varios autores españoles, Starkie llegó a ser una autoridad en el estudio de los gitanos, cuya lengua, el romaní, hablaba con fluidez.

Hijo de un helenista y traductor de Aristófanes, creció rodeado de artistas, escritores y académicos. Su padrino fue tutor de Oscar Wilde y, por sugerencia del poeta y dramaturgo Yeats, dirigió el Abbey Theatre de Dublín. Su hermana Enid, profesora y estudiosa de Baudelaire, es autora de la que aún se considera la mejor biografía de Rimbaud.

Walter y Enid Starkie "pertenecían a un familia dublinesa conocida por sus excentricidades y sus actitudes artísticas", recuerda Gibson, y a causa de "un marcado individualismo en el modo de vestir y de proceder, los dos llamaban la atención pese a la mucha y variopinta bohemia circundante" de Dublín.

Pretendió ser violinista y llegó a cosechar distinciones musicales, pero su padre le animó a reorientar su carrera. De ese modo, llegó a ser el primer profesor de español e italiano del Trinity College. Tras años de viajes, en 1940 llegó a Madrid a la edad de 45 para fundar el Instituto Británico, que este año conmemoró su setenta aniversario con homenajes a Starkie.

"Fue un músico extraordinario, además de un escritor y comunicador excepcional; tenía alma de gitano", lo retrata Jacqueline Hurtley, autora de una biografía del autor de El Camino de Santiago que está a punto de publicarse. "Fue capaz de iluminar los días más oscuros de la guerra organizando en Madrid emotivos conciertos y exposiciones", añade Hurtley, una actividad que no cesó en sus años del Británico, que convirtió en un centro cultural, gracias a su popularidad y amistad con figuras como Ortega y Gasset, Unamuno, Falla, Zuloaga, Menéndez Pidal, Baroja, Pérez de Ayala o Cela, con los que llegó formar una tertulia de escritores y artistas en el Instituto.

"A los españoles les gustaba mi padre y nuestra familia porque a nosotros nos gustaban ellos", dice en una publicación conmemorativa del Británico su hija, Alma Starkie. Recuerda que, cuando llegó la hora de jubilación de su padre, un grupo de intelectuales y artistas pidió al British Council que le dejaran quedarse un año más.

Tras jubilarse del Británico, en 1954, mantuvo su casa en Madrid hasta que se murió, en 1970. Está enterrado, junto a su esposa, llamada Italia —una enfermera italiana a la que conoció durante la guerra— en el cementerio británico de la capital de España.

Recorrió en cuatro ocasiones el Camino de Santiago, entre 1924 y 1954, siguiendo los pasos de los viajeros que admiró, los románticos Borrow y Ford.

–¿A dónde va usted con su violín?, le pregunta en una de las rúas compostelanas un hombre que hacía el Camino en compañía de su hijo, con los que había coincidido en Carcassone.

–Voy a hacer al Apóstol mi ofrenda musical a mi modo, como lo he hecho siempre, pero ustedes dos deben venir conmigo y ayudarme.

Starkie interpretó, con su ayuda, ante "el Apóstol y su coro de ancianos", el Himno de los Peregrinos de Santiago, la cantiga de Martín Códax al mar de Vigo y un lamento irlandés. Al acabar, una muchacha se echó a cantar el alalá de las campanas de Bastabales.