–¿Ha recibido amenazas tras pasar un año y medio infiltrado en grupos violentos?

–Yo sigo operativo, pero he cambiado de ciudad, de casa, de vida. Recibes amenazas, pero ya cuentas con ello.

–¿En ese tiempo rompió amarras completamente con su vida?

–Hay que desempeñar un papel. El de tu película, en el que tienes que ser el protagonista principal. Tus amigos personales se van, los compañeros del trabajo, que hasta ahora sólo eran eso, se convierten en tu gente de confianza, tus amigos, tu paño de lágrimas. Tu vida se transforma completamente y tienes que ser consciente de ello cuando empiezas a trabajar en esto.

–Ese papel conlleva comportarse como un violento. ¿Hasta dónde se puede llegar?

–Teníamos muy claro hasta dónde podíamos llegar. Sabíamos que no merecía la pena participar en palizas o en actividades que transgredieran las convicciones personales por hacer un trabajo en el cual la vida de las personas estaba en juego. Para eso soy policía. Teníamos claro hasta donde podíamos llegar y ahí entraba en juego nuestra habilidad para saber cómo actuar en cada momento. Es difícil, porque si te comprometes poco, surge la desconfianza. Tienes que desempeñar otro papel.

–¿Qué le hubiera podido pasar de ser descubierto?

–A algún periodista que descubrieron lo golpearon y lo humillaron, que es lo que te queda para la vida. En mi caso, creo que habría sido algo más que golpes. No puedes pensar en eso.

–¿Puede sufrirse el síndrome de Estocolmo?

–Yo no lo he tenido. Sabía en cada momento donde estaba. Otros compañeros, no lo sé. Sí me costó cambiar de vida y desempeñar un papel. No tuve mayor problema en volver a ser yo, no sé si por eso me eligieron. En esta época de sociedad en crisis que tenemos, la filosofía de vida de las tribus urbanas no sólo es violencia, son tus amigos, tus confidentes. Lo que no tienes que olvidar nunca es qué papel estás desempeñando tú con ellos.

–Una conclusión de su experiencia es que los líderes de los violentos ya no son jóvenes…

–Antes dejaban de pertenecer mucho antes a las bandas que ahora, a consecuencia de que se han convertido en violentos de fin de semana. Estos miembros dirigentes de más edad que empiezan a dirigir estos grupos, de hasta 45 años, se han convertido en líderes políticos que quieren su espacio de poder político. Eso es lo que nos empieza a preocupar.

–¿Qué es un violento de fin de semana?

–Vemos que las tribus urbanas han dejado de ser esos desestructurados, incultos, que se metían en grupos violentos porque no tenían otra cosa que hacer. Estos grupos radicales, tanto de izquierda como de derecha, los conforman ahora personas con estudios universitarios, con trabajos y familias estructuradas que el fin de semana se convierten en lobos con piel de cordero.

–¿Qué les lleva a esa transformación tan radical?

–El grupo. Cubrir el sentimiento de pertenencia al grupo. Sentirse bien, arropado, importante, capaz de todo. Entonces, lo utópico se convierte en realidad. Es tu segunda familia. Creo que el grupo no está mal, es otro elemento socializador, el problema es cuando creen que la violencia es el camino.

–¿Internet es la clave de estos grupos?

–Es su clave de comunicación y de divulgación del mensaje. Y algo ha cambiado a peor. Antes no se materializaba ninguna de las amenazas que se proferían por internet, pero ahora vemos un tanto por ciento todavía bastante pequeño que se empiezan a materializar.

–¿Está la policía preparada para algo tan complejo?

–Hace falta una mayor preparación, sin duda. Yo pertenezco a la Escuela de Formación del Sindicato Unificado de Policía y reclamamos una especialización mayor, unidades operativas adscritas a una fiscalía especializada en delitos de odio para poder investigarlos adecuadamente. Son movimientos sociológicos complejos que empiezan a enraizarse en mundos como el fútbol o los conciertos musicales y que hacen una política diferente a la convencional. Pero su mensaje llega.

–¿Cómo protege su identidad en estos seminarios?

–Es difícil. El SUP es el único sindicato que tiene estos cursos sobre tribus urbanas. Llevamos casi cuatro años y tenemos mucha demanda. Cuando lo damos a compañeros policías, no hay problema. Yo trabajo con un seudónimo y mi nombre verdadero es difícil de encontrar. Una cara se olvida. Mi identidad la protejo bastante, vivo en un lugar apartado, llevo una vida diferente. ¿Cómo lo hago en estos cursos, como en este de A Coruña? Relacionando un poco a la gente que viene a escucharnos y con qué interés. Nos parece importante que la sociedad conozca lo que hacemos.