Vive en Farley Farm House —la granja de Sussex (Inglaterra) donde creció y por la que pasaron Picasso, Miró o Man Ray—, dedicado a mostrar la obra de sus padres y la colección de arte que ambos reunieron en el apogeo de las vanguardias. Antony Penrose, que suele hacer de guía a los visitantes de la casa museo, estuvo en A Coruña para presentar una muestra de Lee Miller en la Fundación Caixa Galicia.

–¿Todavía conserva la cicatriz del mordisco de Picasso?

–No, y es una pena porque si la tuviera le hubiera pedido que la firmase, sería una obra de arte y estaría en los museos. O no, porque mis hijos me hubieran quitado la piel para venderla.

–Está entregado a difundir la obra de sus padres, ¿cree que fue poco conocida en vida de ellos?

–Sin duda. Mi madre enterró toda su obra a final de la Guerra Mundial y mi padre era demasiado modesto para llevar una vida de artista, aunque se hizo suficientemente conocido gracias a sus trabajos sobre Picasso y difundiendo la obra de otros artistas modernos como el propio Picasso o Miró.

–Artistas como Man Ray, Max Ernst, Éluard, Henry Moore o Cocteau, además de Picasso y Miró, frecuentaban su casa, ¿cómo fue su infancia en ese ambiente?

–Muy buena. No veía mucho a mis padres, porque siempre estaban de viaje, pero fui muy feliz creciendo en una granja y criado por una nany que era una mujer muy sabia, y no me di cuenta, hasta que tuve catorce o quince años, de que los amigos que tenían mis padres eran personas inusuales.

–¿Ha sido después, difundiendo su obra, cuando ha conocido realmente a sus padres?

–Sí. Tras la II Guerra Mundial, mi madre sufrió una depresión y abusaba del alcohol, así que yo sólo tenía de ella la imagen de una mujer un poco alocada que parecía no haber logrado nada pero, cuando conocí su obra, tuve otra perspectiva. Y lo mismo me ocurrió con mi padre, tampoco él sabía mucho de sus logros.

–Los mejores amigos de su padre, Picasso y Man Ray, fueron amantes de su madre.

–Eso tenía importancia. Siendo surrealistas, los celos no existían. Una de las personas clave en la vida de mi madre fue [el fotógrafo] David Sherman y también fue uno de los íntimos amigos de mi padre y uno de los personajes más importantes en mi vida. Los surrealistas habían tomado la decisión de vivir sus vidas fuera de las restricciones convencionales y trabajaron en profundidad para eliminar los celos de sus relaciones.

–¿Se dejó contagiar por la mirada surrealista de sus padres?

–Mucha gente tiene esa capacidad de mirar y puede alcanzar el objet trouvé.

–Pero hay que saber mirar.

–Oh, claro, absolutamente. Es un proceso de restar, no de sumar. Se trata de eliminar las limitaciones que nos imponen. Todos los niños nacen artistas, nacen surrealistas, porque tienen su propia forma de ver. Picasso decía que dentro de cada niño hay un artista. Lo difícil es encontrar al niño en el adulto.

–¿Cómo eran Picasso, Man Ray, Miró...?

–Man Ray me caía muy bien y me influyó más que cualquier otro artista, hacía que las cosas más difíciles parecieran fáciles. Picasso veía arte en cualquier cosa y tenía una forma extraordinaria de dar vida a los objetos. Desplegaba una generosidad enorme con los niños. Era la compañía ideal para los niños y para los animales (Risas).

–¿Miró?

–En 1964, mi padre hizo una retrospectiva de su obra en la Tate Gallery de Londres y me acuerdo que a Miró no le gustaba nada salir en la prensa, pero hicimos dos cosas que le encantaron, ir al zoo y dejarse fotografiar con una serpiente pitón gigantesca y con un pájaro parecido al pelícano. Vino a nuestra casa de Sussex y era como un monje budista, lo único que quería era una taza de té Earl Grey, sentarse en el jardín y mirar las flores.

–¿A qué otros artistas amigos de sus padres recuerda?

–A Tàpies. Cuando mi padre empezó a escribir sobre él, en los años setenta, y muchos artistas de Cataluña eran perseguidos por el régimen de Franco, fue un acontecimiento que el biógrafo de Picasso y director de la Tate Gallery escribiese sobre Tàpies. Hablé hace poco con él y me emocionó el recuerdo que conserva de mi padre; me di cuenta de que es más conocido y recordado en Cataluña que en Londres, quizá porque no olvidan que fue a Barcelona en 1936 para hacer crónicas sobre la guerra desde el bando republicano. Y fue una editorial catalana, Polígrafa, la que publicó la autobiografía de mi padre, Ochenta años de Surrealismo.

–Introdujo el Surrealismo en Inglaterra y tuvo mucho contacto con los surrealistas canarios.

–Sí, sobre todo con Óscar Domínguez, aunque también con Salvador Dalí, porque la primera exposición surrealista de todas se hizo en Tenerife. En junio de 1936, animado por esa exposición, mi padre lo llevó a Inglaterra.

–¿Concede más importancia a la obra fotoperiodística durante la Guerra Mundial de su madre que al resto de sus trabajos?

–Lo más importante de la obra de mi madre sobre la guerra es que nos dejó el testimonio de algo que no debemos olvidar. Pero no quiero que la gente la vea como una persona de una sola dimensión. La obra surrealista y de retratista es también muy importante.

–Escribió una biografía de su madre, Las vidas de Lee Miller.

–Es que tuvo tantas vidas: fue modelo [de Vogue], fue fotógrafa, se casó con un egipcio rico y siguió siendo fotógrafa, conoció a mi padre, volvió a ser fotógrafa de moda, con la guerra se hizo fotógrafa de combate y, al final, se reinventó cono cocinera gourmet.