-¿Belén Esteban y Letizia Ortiz, símbolo de estos tiempos?

-Son iconos en los que nos reflejamos, por eso me interesan. No escribo sobre estos personajes para desentrañar aristas biográficas sino para hablar de nosotros mismos, de cómo nos relacionamos con ellos.

-Dos personajes propios de la modernidad 'líquida', dice, donde ya nada es sólido y seguro.

-Tiene que ver con el modelo en el que vivimos ahora, contrapuesto al de los nuestros padres, que estaba lleno de certezas: un trabajo estable, un casa medianamente lógica donde se suponía que los hijos íbamos a la universidad y tendríamos un futuro mejor que el presente de ellos. Y resulta que, años después, nos damos cuenta de que nada es real: los trabajos no son fijos, cambian constantemente, el paro crece, y hay que renovarse y cambiar de papel para acceder a nuevos trabajos. Como en el juego de las sillas: te levantas, y resulta que falta una. Es lo que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman llama mundo 'líquido': frente a aquella solidez está la liquidez de hoy donde todo se nos escapa.

-Y donde la reinvención está a la orden del día.

-Exacto. Belén Esteban forma parte de esa 'liquidez' porque era una mujer que vivía con un torero en un cortijo y cuando la echan, en lugar de irse a la casa paterna, como ocurriría hace treinta años, acudió a un plató de televisión a contar su vida. Se ha reinventado y hay un país que sigue a diario su relato en la pantalla.

-Ella cuenta su vida, mientras Letizia está condenada al silencio.

-Un viaje inverso. Letizia salió de un estudio de televisión para irse a un palacio, pero también su vida está contada a través de un reality show, porque cuando comienza la relación con el Príncipe, se presenta a la sociedad como una una relación significada en el amor.

-Hasta hace poco se pensaba que un trono no se podía sustentar en el amor.

-Claro. El amor es un capital simbólico que puede durar de momento, mientras el Príncipe no ejerza la jefatura del Estado. Este es un país donde la monarquía tiene un capital simbólico acumulado en la figura del rey Juan Carlos. Se habla más de juancarlismo que de monarquía: gente fuera de toda sospecha de tener afectos por la monarquía, como Santiago Carrillo, un comunista republicano, se declara juancarlista; Felipe González no deja de recordarlo. Cuando el Rey abdique o muera, va a asumir la jefatura del Estado el Príncipe con su mujer y se van a encontrar con que tienen que resignificar la monarquía porque ese día será el final del juancarlismo. Van a tener que construir un capital simbólico como el que construyó el Rey como arquitecto de la Transición o como figura clave en el 23-F.

-¿Qué puede redimir al Príncipe?

-El Príncipe duda qué hacer y nosotros dudamos si vamos a continuar con la monarquía o no. De ahí el título Las dudas de Hamlet.

-Un tragedia.

-Un drama a lo Pirandello.

-¿En busca del autor?

-Exacto.

-Letizia Ortiz, convertida en la 'musa muda'.

-Habla a través de su silencio, como habla la reina Sofía, o la propia Casa Real. La Casa Real nos está contando un relato permanente y el relato de la princesa Letizia es un reality show porque está contado desde el amor, desde la supuesta enfermedad... Sobre ese silencio la sociedad y los medios de comunicación van creando su relato.

-La delgadez de la Princesa.

-La supuesta anorexia es una construcción del cuerpo social, no hay certeza, como tampoco del tendón de Aquiles del Rey. Ningún comunicado nos habla de la supuesta dolencia de la princesa de Asturias.

-Solo hay fotografías.

-Se está proyectando un miedo propio, el miedo que tenemos en una sociedad y en un tiempo en el que el relato de la salud es central, como evidencia la cruzada contra el tabaco o la búsqueda de una salud perfecta como sinónimo de felicidad a través de una serie de alimentos. Se hace de la salud una cuestión central y cualquier síntoma, por pequeño que sea, hace pensar que estamos ante un problema grave. Ese miedo se proyecta sobre el cuerpo de la Princesa y parece un relato perfecto pero a ese relato se le empiezan a ver fisuras para, de alguna manera, volverlo a la realidad, hacerlo terrenal, y la enfermedad es una manera de acercarlo.

-Pilar Urbano dice que la monarquía necesita marketing, ¿esta boda no lo es?

-Podemos leerla en términos de marketing, pero, ¿qué nos está diciendo, que Letizia Ortiz es una marca? Lo publicó Vanity Fair y está contrastado con la Casa Real: Letizia Ortiz tiene una capacidad de comunicación ocho veces mayor que el Príncipe y veinte veces mayor que la Casa Real. La cuestión es qué comunica. Hasta ahora está comunicando que es una chica con éxito profesional que ha accedido a palacio casándose con el Príncipe. Punto. Nada más.

-Urbano cree que la Princesa no debe borbonizarse, sino don Felipe popularizarse.

-El Príncipe tiene que construir un capital simbólico, una razón de ser, que la gente pueda sublimar en él una capacidad de gestión de algo que está fuera del alcance del Parlamento. Tendrá que buscar un relato que le justifique, igual que el Rey.

-Bodas de este tipo también ha habido en otros sitios: Mónaco, Gran Bretaña...

-Podemos pensar que el príncipe Felipe se enamoró de una chica viendo el telediario en la televisión de la misma manera que Rainiero se enamoró de Grace Kelly viéndola en una pantalla de cine, pero el Principado de Mónaco es una especie de escaparate, un parque temático. El hecho de que ocurra en Inglaterra, donde la monarquía tiene una tradición y un gran arraigo, es diferente al caso de España, donde la monarquía, hoy, es juancarlismo. En Inglaterra la monarquía tiene que ver con sus propios fundamentos: el sistema económico liberal inglés está sustentado en las pautas que la monarquía instauró en la Edad Media, y eso se proyecta hoy en la propia City: la Corona británica es un agente económico.