El profesor Richard Wilson acompaña cada gesto con una constante sonrisa, a pesar de que los temas con los que trabaja cada día no son nada agradables: la mayoría de ellos son casos de violaciones de derechos humanos. Impulsor de la primera clínica jurídica de la American University de Washington, este abogado lleva más de 20 años defendiendo causas tanto domésticas como internacionales. Uno de los más sonados, la defensa del ciudadano canadiense Omar Kadhr, adolescente de 16 años enviado a la prisión de Guantánamo en 2002.

-¿Cómo es defender a un preso de Guantánamo?

-Es el caso más difícil de mi carrera. Son complicados por lo que se refiere a las condiciones que impone el gobierno en cuanto al acceso al cliente, a la información. La actitud de los jueces es muy dura hacia los detenidos. Hemos visto en los últimos años un pequeño cambio, después del último fallo de la Corte Suprema de 2008 que dijo que los detenidos tenían acceso al habeas corpus.

-¿Cuál es la situación de un detenido allí?

-El preso no sale si la Administración no quiere. Los que han salido, y han sido muchos, lo han hecho por orden ejecutiva, no por orden de un tribunal. Durante la administración Bush salieron unos 500 de los casi 800 que estaban ahí. Bajo el mandato de Obama, que se comprometió a cerrar la base al asumir el poder, se ha dejado en libertad a unos 75. Podemos ver una bajada en el número de detenidos. Hoy en día quedan 164. Ahora la situación está congelada. No se sabe cuándo se va a cerrar ni cómo.

-¿Qué es lo que se ve cuando se llega a Guantánamo? ¿Cómo es la vida allí?

-Cuando visitamos la base no vemos mucho. Tienen edificios con camas comunes, hay un sitio para jugar al fútbol y cosas así. Pero también hay dos alas de alta y media seguridad donde mantienen a los que piensan que conllevan mayor amenaza. Hay otro centro secreto que ni los abogados sabemos dónde está. A los letrados de los que son más 'peligrosos' los llevan a otros sitios que no pueden decir dónde se ubican. Ahí es donde están los que llegaron a Guantánamo en 2006 de los 'sitios negros', los lugares donde la CIA y otras agencias interrogaban secreta y prolongadamente, usando la técnica de waterboarding (submarino: sumergir la cabeza de alguien en agua, colgándolo de los pies) y otras torturas.

-A nivel personal, ¿se siente satisfecho por cómo concluyó el caso de Omar Kadhr?

-No, no mucho. Aceptó la culpabilidad no porque fuera culpable sino porque quiso salir de Guantánamo. Le ofrecieron una pena rebajada. El cargo que se le imputaba era el de matar en la guerra, que por otra parte está reconocido como uno de los preceptos más importantes del Derecho Humanitario Internacional: que un militar pueda matar a otro durante combate. Él salió herido, dicen que tiró una granada que mató a un norteamericano. La muerte de un soldado estadounidense merece una pena.

-¿Esa opinión está extendida por el país?

-Yo creo que en la familia del soldado, obviamente, y en sus compañeros militares también. Pero hay un sentimiento fuerte entre los abogados defensores y el equipo de letrados militares de que se debe aplicar el Derecho Humanitario a cualquier persona por igual, porque ellos tampoco querrían ser juzgados por homicidio en otro país si les capturan en guerra.

-¿Qué le parece el Nobel de la Paz que recibió Obama en relación con su actitud con Guantánamo, que dijo que cerraría en la primera legislatura?

-El premio lo mereció pero no por esto. Merece el galardón por su compromiso con otras líneas de abrir diálogo entre comunidades de los Estados Unidos y buscar cómo resolver sus problemas. La política de Guantánamo, del terrorismo, es tan fuerte, las heridas están tan abiertas todavía por los ataques del 11 de septiembre, que él se queda paralizado. En estas elecciones, si quería ganar, tenía que posicionarse contra el terrorismo, y hablar de Guantánamo baja puntos. Se comprometió a no usar tortura y por lo que sabemos, lo está cumpliendo.

-¿Volvería a coger algún caso de prisioneros de Guantánamo?

-No creo. No es que no quiera saber más, seguimos los casos, pero es que la situación está congelada, aunque haya resoluciones, no los sacan.

-Otro de los casos que sí terminó en éxito es el de Jacobo Árbenz, presidente de Guatemala.

-Jacobo Árbenz fue presidente de Guatemala desde 1951 a 1954, cuando fue derrocado con un golpe de estado patrocinado por la CIA. Perdió sus terrenos, su casa, sus cuentas bancarias, todo. Se quedó en el exilio hasta que murió en el 72. Su viuda y sus nietos enviaron una demanda a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y al saber que había aceptado el caso, buscaron abogado. Ningún guatemalteco lo aceptaba.