Fue un viaje realmente desagradable: nauseas, vómitos, angustias y otras penalidades, el prefacio, quizá, de lo que le esperaba a Mariana de Neoburgo, una princesa alemana que había sido elegida para dar a Carlos II de España, el rey Hechizado, el ansiado sucesor que no le había procurado su primera mujer, María Luis de Orleans.

El trayecto, que se prolongó contra todo pronóstico nada menos que ocho meses, fue por barco, entre incesantes y recias tormentas que obligaron a la comitiva a evitar el puerto de destino, Santander, y tomar refugio en el de Ferrol antes de dirigirse al de A Coruña.

Tan accidentada fue la travesía de la reina teutona que, al poner por primera vez un pie en España, en una roca en la ría de Mugardos, resbaló y se cayó sentada. Desde entonces es llamada A pena do cu da raíña. Antes de tomar rumbo hacia la Corte, la reina consorte española quiso peregrinar a Santiago para postrarse ante el Apóstol, con tal fortuna que a punto estuvo de ser aplastada por el botafumeiro de la catedral, que se vino abajo en plena función solemne.

El viaje prosiguió después hacia Lugo y las lluvias fueron inclementes con los miembros de la comitiva regia, hasta el punto de que en Sobrado dos Monxes se encontraron empapados y sin ropa de repuesto: el equipaje, como si se tratara de una actual aerolínea, llegaría con retraso.

Mariana había sido escogida para matrimoniar con Carlos II porque no tenía sangre francesa y, sobre todo, porque venía de una prolífica familia. La boda se celebró por poderes el 28 de agosto de 1689 y seis días después emprendió el viaje a España, en compañía de su hermano Luis Antonio, gracias al cual se tienen noticias del viaje.

Había que evitar el camino más corto, atravesando Francia, debido a la guerra franco-prusiana, así que se optó una alternativa marítima, después de hacer por tierra el tramo entre Neoburgo, en Baviera, y Rotterdam, desde donde la numerosa comitiva regia se dirigió en barco por el Rhin al puerto holandés de Flessinga, con el proyecto de entrar en España por el puerto cántabro.

Pero seis días después de la salida de Noeburgo ya empezó el mal tiempo. Primero fueron las nieblas y, al llegar al Canal de la Mancha, el temporal, que obligó a la flota inglesa que tenía que proteger a la reina a dar vuelta a Portmouth. El séquito español ya estaba esperando a la nueva reina en Santander cuando el mando de la tripulación decidió, en vista del estado de la mar, dirigirse al puerto de A Coruña. Antes atracó en Ferrol, donde las costureras locales se afanaron en vestir a Mariana a la española, y en Mugardos un pintor le hizo el primer retrato. Tras pernoctar sendas noches en el castillo de Andrade, en Pontedeume, y en el pazo de los condes de Lemos, en Betanzos, llegó al fin al puerto de A Coruña el 8 de abril de 1690, donde permaneció hasta el 15. En la colegiata de Santa María hubo un Te Deum en acción de gracias y la ciudad festejó por todo lo alto la visita real. Hubo bailes, luminarias y mogigangas. Tan agradecida quedaría Mariana de la acogida coruñesa, que regaló a la ciudad una arqueta eucarística de plata y una valiosa custodia, que vinieron desde Alemania y hoy se guardan en el Museo de Arte Sacro de la colegiata. Los cronistas de la época reflejaron, por supuesto, el viaje: "Dese por contenta La Coruña y tenga fe por bien afortunada, pues ha logrado retener en sí la deseada prenda de nuestro invicto Carlos desde el sábado 8 hasta el sábado 15 de abril".