No fue la más lujosa pero fue la primera. Se levantó en 1837 en el Parrote, donde hoy se construye un gran aparcamiento subterráneo que añadirá más cemento y transformará de nuevo el contorno de la ciudad. La primera casa de baños coruñesa tenía la ventaja de estar al borde del mar más manso, resguardada del viento y de las resacas. Fue una iniciativa del empresario José Fernández, que ofrecía únicamente baños de mar frío en su establecimiento, exento de piletas. "Hay seguridad, aseo y limpieza, y los bañistas no necesitan más que llevar la ropa para secarse", se publicitaba en el Diario de Anuncios, y añadía otras ventajas, como precios económicos (un real por baño, la mitad para los niños), acceso gratuito a las criadas y "no concurrir en un mismo sitio las personas de ambos sexos".

El pionero Fernández daba a los coruñeses, con su establecimiento "seguro y decente", la oportunidad de disfrutar de los beneficios de los baños de mar en una época en la que ya estaba muy extendida en A Coruña la costumbre de bañarse en la playa.

Cada verano, la Alcaldía publicaba un bando "de buen gobierno", en el que prohibía "desnudarse y vestirse al aire libre" en los arenales y, al mismo tiempo, obligaba a los bañistas a hacer uso de las casetas que había en las tres playas urbanas -Riazor, el Orzán y el Parrote-, lo cual le reportaba unos buenos ingresos: unas 6.000 pesetas en el verano de 1856.

Un par de años antes de que Fernández instalase su casa de baños en el Parrote, al Ayuntamiento ya se le había ocurrido la idea de montar un balneario marítimo en la misma zona, en el llamado Foso de Puerta Real. Según el proyecto, debía tener "34 departamentos con sus correspondientes pilas de mármol y zinc para tomar baños de agua caliente y fría". Pero el coste, unos 36.000 reales, resultaba excesivo y el Ayuntamiento llamó a los potentados locales a suscribir acciones para llevar adelante el proyecto, que finalmente fracasó por falta de voluntarios. Así que hubo que esperar a 1850 para que se levantara la primera casa de baños en Riazor, alejada de la concurrencia y "con todas las precauciones que aconseja la honestidad y el recato", como recalcaba el bando municipal, para no ofender "la decencia y moral pública". Fue la llamada Casa de Baños flotante, promovida por el Ayuntamiento y personalidades de A Coruña, que imitaba a las que existían entonces en los principales puertos europeos, y se presentaba al mismo tiempo como "única en España".

Este balneario, construido en madera y anclado en el mar abierto, parece que no resistió mucho tiempo los embates de las olas y fue sustituido unos años después por una nueva Casa de Baños de Mar, edificada en 1874, y sufragada por el Ayuntamiento con la ayuda de una serie de accionistas encabezados por Eusebio da Guarda y los Pastor. El 20% de las ganancias se destinaban al Asilo de mendicidad.

"Un buen salón de descanso, fonda y reúne las comodidades", informaba la prensa. La entrada al salón de descanso, que contaba con "gabinete de lectura" y "un buffet bien servido, a precios sumamente económicos", costaba 25 céntimos y y el uso de las casetas, dos reales. Además, durante el verano, había una línea de autobús desde diferentes puntos de la ciudad.

En 1882 el Ayuntamiento se planteó levantar una nueva construcción balnearia, como las de Santander, San Sebastián o Biarrtiz. Presupuestada en 135.949 pesetas, desistió de llevarla a cabo por razones económicas. Es más, dos años después -mientras se reformaba la línea de playa con la construcción de un andén-, intentó vender las instalaciones, pero parte del equipo municipal se opuso y, finalmente, acordó comprar varios predios e inmuebles próximos en la calle de Rubine.

La iniciativa privada propició nuevos balnearios en Riazor, como la Casa de Baños de Mar Calientes (1874) -la primera con duchas-, del coruñés Guillermo Howland de Quesada, que sobreviría al siglo. Poco después, a finales de los años setenta, se levantarían La Salud y La Primitiva.

La Salud, dirigida por su propietario, el médico lucense Juan de Villardefrancos, se anunciaba, en el número 22 de Rubine, como "gran establecimiento de pila, oleaje y duchas" y estaba abierto todo el año.

Disponía de una amplia gama de servicios y ofrecía una red de maromas en la playa para quienes optasen por bañarse en el mar, salvavidas, lanchas tripuladas y bañeros y bañeras para entrar en el agua. Se accedía por un jardín en el centro del cual había un pabellón -el de la foto- donde se vendían los billetes, jabón o trajes de baño. Tenía consulta médica gratuita y diferentes tipos chorros, bañeras y duchas que permitían "la aplicación más completa del tratamiento hidro-balneario y termo- sulfuroso", además de salón con piano, sala de lectura con prensa y gimnasio.

La Primitiva (1877), también en Rubine, se publicitaba como "casa de baños de agua dulce y de mar, calientes, fríos o templados". Podía dar hasta 400 baños diarios. Tettamancy, en la Historia Comercial de La Coruña, señala que sus condiciones eran "sobresalientes", pues ofrecía "todo el lujo y confort necesarios, como sala de armas, esgrima y gimnasia, audiciones fonográficas y demás distracciones que hacen agradabilísima la breve estancia durante el descanso del baño".

Mucho más modesta era La Perfecta (1886), "un gran caserón de madera que reñía lastimosamente con la estética", con aspecto de hórreo, que el historiador coruñés dice recordar siempre cerrado.

De todos los balnearios, La Salud, después adquirida por la familia Dorrego, fue el que tuvo más larga vida. Murió en 1963. En su lugar el constructor Siso alzó la primera torre de la ciudad que hoy da sombra a la playa de Riazor.