Ara Malikian compuso en el sótano de un edificio de Beirut los primeros acordes de la banda sonora de su vida. La armonía del violín, la imponente voz de su padre y el estruendo de las bombas dictaban el ritmo de un niño de la diáspora armenia que nació en la capital libanesa en 1968 y que hoy se ríe de los puristas que constriñen la música clásica. La carcajada le sale del corazón, con la autoridad que le da el que el violonchelista Rostropóvich le reconociese poco antes de morir como el mejor violinista del mundo de su generación.

-¿A qué sonaba su infancia?

-No se crea que eran sonidos muy buenos. Sonaban, sobre todo, los estallidos de las bombas de la guerra civil libanesa y la voz de mi padre pidiéndome que tocase otra vez. Me hacía tocar el violín hasta que me saltaban las lágrimas. Era una persona muy exigente.

-¡Vaya, lo siento!

-¡No, no! Estoy muy agradecido a mi padre. Soy todo lo que soy gracias a él, pero cuando era niño, además de tocar el violín, quería salir a la calle a jugar con los otros niños. Hoy, insisto, estoy encantado de que mi padre me haya llevado casi al límite.

-Seguro que él está también muy orgulloso de usted.

-Sí. Se murió hace poco más de un mes. Estaba muy enfermo, así que fue un alivio.

-¡Vaya, lo siento otra vez!

-¡Qué va! La muerte le liberó del sufrimiento.

-¿Se liberó de la presión de su padre al marchar con una beca a Hannover con tan solo 15 años?

-Llegué a Alemania solo y me di cuenta de que mi futuro ya dependía únicamente de mí. Yo era el responsable de practicar o no. En esa época aprendí a ser una persona. Era un niño que no hablaba alemán ni sabía comportarme. He tenido mucha suerte porque pudo haberme pasado cualquier cosa pero el violín me centró.

-¿Quiere decir que le alejó de las tentaciones?

-Exactamente. Ha habido muchas tentaciones poco recomendables a lo largo de mi vida.

-Me imagino que hablamos de drogas, ¿nunca ha sucumbido a esos cantos de sirena?

-¡Claro que he sucumbido! Pero tenía muy interiorizada cuál era mi responsabilidad y entre las tentaciones y el violín acabó siempre ganando el violín. He visto el lado oscuro de la vida. Me parece muy divertido hasta que te caes y recapacitas. Logré esquivar ese camino que aún recuerdo con cariño.

-¿Qué le decía el violín en esos momentos de debilidad?

-Aún no me ha dado por hablar con mis violines, no los he humanizado ni les he puesto nombre. Les tengo mucho cariño, pero no dejan de ser trozos de madera que suenan. Tengo un violín de más de 300 años, así que nunca digo que es mi violín sino que yo soy su violinista.

-¿Qué pasó para que dejase Alemania y llegase en Madrid?

-Después de Alemania estuve en Inglaterra y en Francia. A España llegué por casualidad.

-¿Por casualidad?

-Sí. Se rompió la relación que mantenía con una pareja en Inglaterra y se me quemó el piso que tenía en Alemania, así que en el verano de 1998 decidí dar un cambio radical a mi vida y me vine a España. Ya llevo 15 años en Madrid y estoy encantado. Al poco tiempo de llegar me dieron una de las dos plazas de concertino de la Orquesta Sinfónica de Madrid (OSM).

-Y estuvo siete años en la OSM.

-Sí y fue maravilloso. Fue cuando tuve la gran suerte de poder actuar con Mstislav Rostropóvich.

-Quien por cierto dijo que usted es sin duda el mejor violinista de su generación.

-Rostropóvich fue muy generoso. Actué con él por otra casualidad. El concertino que tenía que tocar se puso enfermo y le suplí. Le caí bien y dijo eso de mí. A lo mejor le parecí además algo extraño. Él era muy especial.

-¿Hay mucha pedantería en el mundo de la música clásica?

-Por desgracia hay mucha pedantería y sabiduría falsa en la música clásica. Me revienta esa pedantería de los puristas. Hace mucho daño porque para disfrutar de la música clásica no hay que ser un entendido. Yo me salí de todo ese circuito de ampulosidad para seguir tocando música clásica y dársela a la gente. La música es para disfrutar, para que el público se emocione, no para los músicos.

-Para usted es tan moldeable que la combina con todo tipo de acrobacias.

-Pero no soy un acróbata. ¡Ya me gustaría! Salto y hago piruetas porque me lo pide el cuerpo. El día que vi que era capaz de moverme y de tocar el violín al mismo tiempo fue una liberación que me cambió la vida. En las academias de música siempre te prohiben moverte.

-¿Qué es lo peor de su profesión?

-La vanidad es el peor virus que puede sufrir un artista. Si una persona puede controlar su ego tiene la mitad de su carrera hecha.

-¿Y lo mejor?

-Todo. La música, el escenario y el cariño del público. La música es para mi una droga con la que puedo viajar por todo el mundo.

-¿Y viaja ya con pasaporte español?

-No, aún estoy en ello.