-El Nobel está a la vuelta de la esquina. ¿Para cuándo un escritor en euskera en el palmarés?

-Hubo un Nobel, Frédéric Mistral, un escritor en lengua occitana que obtuvo el premio en 1904. Fue un ejemplo de antes de la Guerra Civil de autores de lenguas minoritarias que ganaron dicho galardón. Con este tema, creo que se crean dos falsas esperanzas. La primera: que lo minoritario va a tener una visibilidad, como le sucedió a Frédéric, circunstancia que no se ha dado, sino más bien la contraria diría yo: el fuerte siempre llama al fuerte, una tendencia general en la humanidad. El Nobel es un premio que depende de los mass media, es un premio cautivo de ellos, es un galardón de estrellas mediáticas. La segunda falsa esperanza: se pensaba que una lengua estaba salvada el día que un escritor de la misma ganaba el Nobel. Pero no. El occitano está atravesando graves problemas de supervivencia. Ni siquiera un Nobel salva una lengua.

-¿Escribir en euskera como hace usted es un acto de resistencia que a la vez cierra puertas?

-Ninguna lengua cierra puertas. Yo empecé con 20 años a escribir en lengua vasca y mi expectativa era alcanzar los 300 ejemplares. Ahora tengo libros en 32 idiomas distintos. Ahora publicamos en un periodo en que el universo de la traducción es enorme. Tanto es así que estoy muy de acuerdo con lo que dijo Umberto Eco: 'La lengua de Europa es la traducción'. Entrar en esos mundos no es muy fácil, pero todo hay que decirlo: el inglés es la lengua troncal del sistema literario. El último objetivo de un escritor es ser traducido al inglés.

-Usted lo consiguió con Siete casas en Francia. ¿Por qué ha tenido tan buena acogida este libro en el ámbito anglosajón?

-Quizá porque entronca directamente con una amplia tradición de literatura colonial.

-Cuando no era un autor consagrado, ¿pensó en algún momento en cambiar al castellano?

-Para mí, escribir en una lengua marca un itinerario. No creo que me hubiera ido mejor escribiendo en castellano.

-¿En qué es inamovible usted?

-No es que sea inamovible. Pero creo que uno tiene una baldosa, un metro cuadrado en el que debe mantenerse anclado. En lugar de metro cuadrado, prefiero la metáfora barra de autobús. Altuna, el amigo vasco de Rousseau, dijo algo así como que él no entraba en la huerta de los demás, pero que no quería que nadie le sacara de la suya. No todo es negociable. Y con ello me refiero a aspectos individuales, de la persona.

-Así, ¿se declara enemigo del relativismo cultural?

-Estoy muy en contra, sí. Cada cual construye su propio mundo, y debe ser fiel consigo mismo. No se trata de barajar unas cartas y ver cuál sale. Eso es algo que aprendí cuando viajé por el norte de Europa. Había allí una libertad personal enorme. No sucedía lo que aquí, donde prima la ley de la calle mayor, el 'no debes'.

-¿El pesimismo y la sensación de desastre en el país entronca a los intelectuales de ahora con los de la generación del 98?

-Cuando uno lee ahora los artículos de Albert Camus sobre la Guerra de Argelia con Francia, sigue admirándose por el punto de vista tan humanista que tenía el escritor y no puede estar más de acuerdo con lo que escribió. Pero bueno, aquello fue como el polvo en el tejado, no le importó a nadie. El intelectual que habla del poder es un sinsentido. A no ser que sea un intelectual instrumento del poder. El intelectual suelto que critica carece de sentido porque no le importa a nadie.

-Qué panorama tan poco alentador.

-La situación de la intelectualidad, de los escritores, de los periodistas, es muy compleja ahora. En general, no hay una alternativa, no hay nada fuera del sistema. Cuando fui a Rusia con 20 años, al menos estaba el socialismo, un movimiento que nadie va a ensalzar ahora. Pero el solo hecho de que existiera una quimera era importante.

-Igual habría que volver entonces a la fe.

-Pues ahora que lo dice, igual el Papa de ahora, y más después de las declaraciones que ha regalado recientemente, vuelve a ser el otro espacio. Él no está en este sistema, está en un otro-lugar, como la Rusia que yo visité con 20 años. A Francisco se le nota un poso de la Teología de la Liberación. Parece que podría constituir el otro-lugar que pondría en marcha esa renovación social. Sin ser yo creyente, creo que él va a dar suficiente giro a la manivela para que el motor funcione. Porque la política, de derechas o izquierdas, es como un baile de disfraces en el que dentro del disfraz siempre hay lo mismo.

-Licenciado en Economía y escritor, ¿desde qué punto de vista entiende mejor la crisis?

-Hay una zona tangencial en que los dos mundos se tocan: el lenguaje. El idioma, que es lo que debe cuidar el escritor, ha llegado a unos grados de perversión inimaginables con la debacle económica. Se está pervirtiendo el lenguaje para confundir a la gente.

-Va a publicar una novela.

-Este año se publicará Días de Nevada, donde relato un año de mi vida en Estados Unidos. Es crónica, ficción, biografía, un retrato de mi padre, la narración de mi madre muriéndose en el hospital, aparecen Hillary Clinton, Obama... Cuando tienes 62 años, todo lo que escribes es bastante autobiográfico. Estuve viviendo allí con mi familia y mis hijas entre 2007 y 2008.