Cuando se habla de corsarios gallegos suele venir a la mente el nombre del legendario Benito Soto, un pontevedrés que acabaría enarbolando la bandera pirata en el bergantín Burla Negra, y muerto en la horca. De él se dice que inspiró a Espronceda los célebres versos de La canción del pirata. Pero esa es una imagen romántica que dista mucho de lo que en realidad fue el corso, una actividad mercantil propia de épocas de guerra, cuando se paralizaba el tráfico comercial y había que recurrir a otras alternativas para obtener liquidez. Por eso es habitual encontrar entre los armadores corsarios a los más conocidos hombres de negocios gallegos, entre ellos a buen número de empresarios de A Coruña, cuyo puerto llegó a ser el principal núcleo corsario de Galicia en los siglos XVIII y XIX.

Aunque para algunos historiadores no está muy alejado de la piratería, el corso era una actividad legal para la cual era necesario disponer de patente, un permiso que se obtenía previo depósito de una fianza, y daba derecho a cobertura militar (suministros de armamento y munición). Consistía en el apresamiento de barcos de las potencias enemigas y los beneficios obtenidos por la venta de la presa incautada se repartían entre el armador y la tripulación.

"El evidente auge que experimenta el corso a partir de 1797 hace suponer que debió existir una tradición corsaria en Galicia que, por otra parte, contaba con una geografía envidiable para este tipo de actividades en la que unas óptimas posibilidades de camuflaje aseguraban muchas veces las buenas presas", sostiene el historiador Luis Alonso Álvarez, autor del estudio Comercio colonial y crisis del antiguo régimen en Galicia (1779-1818).

La crisis del comercio colonial y las guerras de España con Inglaterra -entre 1789 y 1899 y entre 1804 y 1808- coinciden con el auge de la actividad corsaria, del mismo modo que los períodos de paz propiciaron su decadencia, como acredita la variación del número de fianzas registradas para solicitar patente de corso, siempre bajo el frecuente pretexto de hacer frente a la "pérfida piratería de los ingleses".

Firmada la paz con los ingleses, la guerra con Francia (1808-1814) favoreció el comercio mixto: los barcos utilizados para el tráfico colonial eran destinados al corso, aunque en menor medida. Era "una forma encubierta de comerciar con América", según Alonso, ya que la inmensa mayoría de las licencias concedidas en esta época a armadores corsarios gallegos corresponden a comerciantes dedicados a la carrera de Indias.

"Pero no se trataría solo de armar las naves para defender la mercancía en la cada vez más difícil travesía colonial, sino y sobre todo que estamos ante una diversificación de las actividades mercantiles como resultado de las dificultades recientes en realizar apresamientos conforme a la inseguridad en los mares se prolongaba", explica el catedrático.

Las expectativas de beneficio debieron ser considerables, a la luz de las patentes solicitadas en los veinte años que transcurren entre 1798 y 1818 -un total de 171, que se eleva a 232 si se tiene en cuenta el mixto- y de la participación de armadores, tanto gallegos como foráneos e incluso criollos.

A Coruña fue el núcleo corsario más importante de Galicia. Un total de 45 armadores coruñeses llegaron a estar dedicados al corso en ese período, en el que se contabilizaron 132 operaciones de apresamientos a barcos de pabellón hostil a la Corona española.

A considerable distancia del foco coruñés figuran el de Santiago (con 9 armadores y 26 operaciones de corso), Pontevedra (5 armadores y 11 operaciones) y Vigo (6 y 8, respectivamente).

Juan Francisco Barrié (con trece patentes ) encabeza la lista de corsarios coruñeses y a continuación figuran comerciantes como Juan Francisco Larragoiti, Francisco Ferrer y Albá, Francisco Cañellas, Pedro de Vera, Felipe González Pola, Manuel Díez Tabanera, José de Ceballos, Pedro de Llano Menor y Antonio Badía, junto a otros hombres como Antonio Bartolí, Mariano Elordui, Zufiría y Elorz, Salvador Fullós o Marcial F. del Adalid, todos ellos pertenecientes la creciente burguesía coruñesa.

Muchos de estos apellidos, que se repiten en la lista de armadores que se dedicaron en algún momento a la trata de negros, contribuyeron con sus negocios-el corso incluido- al empuje de la ciudad.