-En su último libro, Ética Erótica, reivindica el deseo como la esencia del ser humano.

-Si tuviese que dar un titular, mi libro trata de que ya está bien de deberes, aunque estos sean fundamentales: es más importante tener en cuenta los deseos y creo que la ética académica ha sido muy alienante en ese sentido. En mi Ética Erótica planteo, con una serie de ecos marcusianos, que hay una política que nos ha robado los deseos y el cuerpo y que, por lo tanto, hace falta una manera distinta de sentir. La última fundamentación de la moral es vivir bien, esto es, con felicidad y sin sufrimiento. Pero nos hace falta una actitud más dispuesta a lo inédito, más pasión por las alternativas y salirnos de este corsé en el que estamos metidos. Todo esto lo escribo de manera inconformista y políticamente incorrecta, que es como soy y como creo que tiene que ser todo el mundo.

-¿En qué consiste para usted una vida buena?

-Si yo tuviera que sintetizar esa vida buena, se compondría de dos partes: una, hacer lo que uno cree que tiene que hacer, es decir, cumplir aquellas normas justas porque, de esa manera, eres uno más entre otros y te haces eco de ellos, consigues una vida justa y eso es algo que te gratifica. Y, por otro lado, los placeres, mediatos o inmediatos: no negarse a ningún placer, salvo que en último término sea de un hedonismo tal que vaya a acabar con todo.

-Suena al cálculo racional de placeres que planteaba Epicuro.

-Sí, mi libro es muy epicureísta, pero no hedonista, que quede claro. Epicuro sabía equilibrar muy bien los placeres y sufrimientos, ese es el cálculo racional. Con el tiempo, soy cada vez más Epicuro y recomiendo a todo el mundo que lo sea, con un buen vaso de vino, una buena conversación o la música, a la que dedico mucho tiempo porque, como decía Beethoven, es "la mayor de las sabidurías".

-Sin embargo, en su libro anterior, No sufras más, habla de la necesidad de dotar de sentido a la existencia, como plantea Camus en El Mito de Sísifo.

-Sí, porque yo estoy de acuerdo en muchas cosas con Camus, pero quizás hay menos desesperación en mí. Yo creo que, si la vida no tiene sentido, que probablemente no lo tenga, al menos hay que vivir como si mereciera la pena vivir. Vista desde fuera, la vida es un sinsentido, pero como yo estoy dentro de ella, pienso que debemos sacarle todo el jugo posible y una vida buena consiste sobre todo en evitar el sufrimiento inútil. Ese sufrimiento no se debe justificar jamás.

-¿Qué reivindica contra el sufrimiento?

-En el libro, me fijo en varios aspectos que creo que rellenan la vida moral en cuanto a vida buena: la sensibilidad, porque hay que darle carta a todos los sentidos; el olfato, el único sentido que no pasa por el tálamo y, como decía Nietzsche, hay que 'pensar con el olfato'; la imaginación, que está por encima de la inteligencia, porque no tiene límites; y, sobre todo, reivindico el humor como algo realmente erótico. Quizás suene duro, pero una vez leí que no hay ética sin humor.

-Sin humor, ¿no hay ética ni erótica?

-Puede parecer que el que no tiene humor es un inmoral y, en parte, es así (risas). El que no tiene humor, no tiene poros, no tiene agujeros, no sabe movilizarse. Una sonrisa puede parar una guerra. Los juegos con el lenguaje y el humor son un don de la naturaleza que colma deseos y eso es el erotismo, que yo tomo desde la acepción más fundamental de los griegos, que no es la de amor, ni la de sexo, sino la del deseo. Los deseos son carencias pero también son potencias que, cuando se colman, no hay nada más erótico.

-En España, ¿suspenderíamos la asignatura de ética?

-De ética y de estética. Este país es muy poco estético porque es un país maleducado y la estética es como la introducción a la ética. Por supuesto, el gran valor es la ética, que es donde probablemente tengamos que suspendernos y mucho, porque hablamos de una sociedad muy injusta, que es la prueba por excelencia de la moral.