Es la imagen que representa el descubrimiento de América, el arquetipo, el cliché. Ha sido millones de veces repetida en sellos y postales y es la que ilustra la mayoría de los libros de Historia. Es la iconografía que permanece grabada en el imaginario colectivo no solo de los españoles, sino de todo el mundo, gracias sobre todo al cine, que todavía hoy recrea la escena de la llegada del descubridor al Nuevo Mundo basándose en el mismo modelo: el cuadro de Dióscoro de la Puebla Primer Desembarco de Cristóbal Colón en América. No es una revelación, ni mucho menos, pero a muchos les sorprenderá saber que ese óleo de tamaño monumental, pintado por el artista burgalés en 1862, habita en A Coruña desde hace muchos años, y cuelga de una de las paredes del Salón Real del Ayuntamiento.

El cuadro, que pertenece al Museo del Prado, representa a Colón hincando la rodilla sobre tierra del Nuevo Mundo, enarbolando el pendón de Castilla y mirando hacia el cielo, junto a su tripulación y un sacerdote que, con un crucifijo en la mano, bendice a unos indígenas sorprendidos por la llegada de estos hombres extrañamente vestidos. Dos carabelas al fondo completan la composición.

Otros pintores hicieron cuadros del descubrimiento de Colón, pero ninguna iconografía hizo fortuna como la de Dióscoro de la Puebla (Melgar de Fernamental, 1831-Madrid, 1901), que se consagró con este óleo como uno de los maestros de la pintura histórica, un género muy de moda a lo largo del siglo XIX, impulsado por el poder con el objeto de fijar en imágenes el relato del pasado.

Puebla pintó el Primer desembarco de Colón (330x545) para la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1862 y ganó con él la medalla de Primera Clase. "Cuando el extranjero llegue a nuestras puertas y pregunte por el recuerdo que España ha dedicado a la memoria de quien trajo un mundo, diremos: ¡Ese!", escribió un visitante de la exposición, sin saber que, efectivamente, sería la imagen definitiva del acontecimiento, hasta tal punto que películas como Alba de América, de Juan de Orduña, o la más reciente 1492: La conquista del paraíso, de Ridley Scott, se inspiraron para reproducir la histórica escena en el cuadro que el Prado cedió al Ayuntamiento coruñés.

"Esta es la clase de imágenes con las que se nutre nuestra fantasía acerca del pasado. Constituyen el último paso en la construcción del mito histórico: su visualización", señala Miguel Anxo Murado en La invención del pasado (Debate), quien recuerda que en el primer viaje de Colón no había sacerdote alguno y que el navegante era todavía joven y no el hombre maduro y de pelo cano que refleja el cuadro de Puebla, que, sin embargo, es el que ha quedado fijado en la imaginación. Incluso la vestimenta es la que ha permanecido y otros autores la han repetido en otros cuadros, que representan a Colón en circunstancias bien diferentes. El esfuerzo de fijar en imágenes la historia se llevó a cabo en apenas dos generaciones, dice Murado -que recurre a la autoridad del historiador Carlos Reyero-, y están basadas a menudo en los relatos más bien literarios o interesados del padre Mariana y de Modesto Lafuente: La toma de la ciudad de Córdoba por san Fernando, la Jura de Santa Gadea, Doña Juana la Loca...

El género, que cultivaron los Madrazo, Pradilla, Casado del Alisal o Rosales, se sumió en el descrédito a finales del XIX. "De hecho, la mayor parte de estos cuadros se encuentran todavía medio olvidados en las salas de diputaciones provinciales, ayuntamientos y ministerios", dice Murado, como es el caso del cuadro coruñés.

Con la idea de "visualizar la historia" se hacían estos encargos -casi siempre de tamaño descomunal- directamente a los pintores, que obtenían por este tipo de trabajos sus beneficios más sustanciosos, o se recurría a las Exposiciones Nacionales que organizaba cada año la Academia de Bellas Artes, que establecía las bases de los concursos y daba sustanciosos premios en metálico. Un artista no podía aspirar a más: significaba dinero y prestigio. Era otra forma de subvencionar la cultura.