-Traza un paralelismo en La invención del amor entre la crisis de los 40 del protagonista y los 40 de la democracia de España.

-Es cuando cada uno piensa que su vida iba a ser de otra manera. España, en plena euforia y crecimiento, era un modelo y, de pronto, ve que no es lo que quería haber sido, se ha estado engañando y es un país en crisis. La corrupción, la financiación ilegal de los partidos, la dependencia de la prensa de los grandes bancos, la dependencia política de la magistratura ya estaban pero saltaron con la crisis: las propias decisiones llevan a ser lo que eres. Había un bienestar montado sobre una ficción y no queríamos mirar para no saberlo.

-El miedo es el meollo.

-El miedo del protagonista a enamorarse, a sufrir, al riesgo. Uno va conformándose, resignándose a vivir emociones en la pantalla de televisión y a no arriesgar nada.

-¿Hay miedo en España?

-Miedo a una transformación radical. En lugar de una reforma a fondo y de regenerar la democracia, España sigue poniendo parches.

-Miedo alentado por el poder.

-Un miedo que hace que dejemos en manos de otros nuestras responsabilidades. Vivimos en una democracia representativa en el peor sentido: damos nuestro voto y hacen lo que quieren durante cuatro años sin que nos involucremos. El único síntoma de cierta salud de la democracia es el movimiento que clama 'No nos representan'. No sólo no queremos que nos representen, queremos salir a la calle y decir lo que nos parece importante.

-Ha vivido muchos años en Bruselas, ¿España es diferente?

-No, se parece a otros, pero cuando se hace una Transición basada en la ocultación de parte de la propia historia, acaba saliendo por algún sitio. La corrupción es normal cuando no hay un sistema de garantías y controles suficiente.

-¿Vive la vida que esperaba? Cambió de país y de trabajo.

-He cambiado de vida varias veces, no me resigné demasiado. Cuando vi que las cosas no iban por donde yo creía, conseguí dar el salto y arriesgarme.

-Dejó España cuando nadie se iba, ¿por qué?

-Tenía 25 años y mi carrera de egiptólogo trazada pero me enamoré y decidí dejarlo todo e irme a Alemania. Viví allí cinco años al cabo de los cuales me di cuenta de que tenía que hacer algo en mi vida y me fui a Bélgica. Oposité, me hice funcionario de la Unión Europea -traductor simultáneo- y al cabo de once años dimití: no era el trabajo que quería hacer el resto de mis días y renuncié a un salario y a una seguridad que muchos querrían para sí.

-Se quejó de la dificultad de hacer carrera literaria en España y hoy es un escritor de moda.

-Ahora soy un privilegiado, pero mi entrada en el círculo literario fue muy difícil porque en España hay que tomar cañas con editores y periodistas. Es muy difícil que te tengan en cuenta si no hay un mínimo de contacto, roce o una recomendación. En otros países se fijan en lo que has hecho. Para alguien como yo, de familia obrera, que no tenía contacto con el mundo cultural, que no vivo en España desde los 25 años, fue complejo. Después de los premios Anagrama y Alfaguara, estoy muy bien, gané visibilidad y ya no soy un autor marginal.

-¿Escribe de pie?

-Sí, al menos cuando estoy en casa. Mi escritorio es un atril sobre los tejados de Madrid.

-Le interesa la crueldad.

--La ética de la libertad, esa paradoja. Ciertos autores la utilizan para sacudir, su objetivo es moral: Bataille, Jelinek, Corman McCarty, Onetti o Martín Santos. Hay en su obra una moralidad desagradable, violenta, brutal, que muestra la fealdad humana. Es una función del arte también, no es sólo crear belleza, la belleza es conservadora.

-¿Usted pretende moralizar?

-Mi novela La comedia salvaje es excesiva, brutal, satírica. Me alimento de toda una tradición: Goya, Buñuel, la picaresca... Y de eso se nutre el arte en España, de ese exceso cruel. En mis novelas aparece con frecuencia y me pregunté por qué. Mis novelas no están concebidas como espectáculo o entretenimiento. Odio el arte entretenido, no me interesa. En mi obra no hay una tesis pero sí ese impulso ético.

-Vuelve cuando la gente se va.

-Se va tanta gente porque España se ha convertido en un erial. A mí la crisis me afecta esté donde esté. Viva donde viva mi trabajo tiene siempre que ver con la deuda española. Por suerte, el premio Alfaguara me ha dado una proyección en América latina. En México cada vez se lee más y las editoriales van de maravilla, pero tenía ganas de volver a España.