"Haced hervir, rancheros de mi alma, 52 litros de agua en la olla grande. Partid la carne en trozos pequeños y haced otro tanto con los chorizos, que rehogareis en aceite después de haberle quitado el rancio como os lo tengo indicado. Cuando veáis que la carne empieza a dorarse, añadiréis a la sartén el consabido picadillo de ajos, cebollas y perejil, poniendo además unas ramitas de pimentón para que todo ello tome ese color rojo que además de abrirnos el apetito en tiempo de paz, excite, por su semejanza con la sangre, vuestro furor bélico en tiempo de guerra...". Picadillo otra vez se ha "metido en un lío": hacer recetas para los soldados de una batería de Artillería.

En esto Picadillo coincide con Emilia Pardo Bazán, que saben de lo que hablan porque los dos fueron grandes gourmets, además de buenos amigos y escritores: por comer, se hace cualquier cosa. Se defiende a un procesado o se predica un sermón; se hacen cosas estupendas y se cometen inconmensurables iniquidades: "Se hace, en una palabra, todo por mor de que no se paralice la úlcera gástrica".

Requerido por su amigo Luis Fernández Herce, capitán de la 4ª batería del tercer Regimiento de Artillería de Montaña, preocupado por mejorar la alimentación de sus soldados, Ramón María Puga y Parga, Picadillo, elaboró una serie de recetas que reunió en El rancho de la tropa, un folleto publicado por El Noroeste en 1909 y ahora reeditado por la Academia Galega de Gastronomía, que lleva unos años empeñada en recuperar títulos hoy descatalogados del genial escritor, político y periodista, nacido en Santiago en 1874 y fallecido en A Coruña en 1918.

Contagiado por el entusiasmo del capitán, Picadillo confeccionó catorce minutas "para un rancho abundante, variado y sustancioso", sin salirse de "los límites pecuniarios que el Estado tiene establecidos para la alimentación de la tropa". De este modo, nos enteramos de que el presupuesto para dar de comer a los 60 soldados de la batería es de 30 pesetas diarias (4,96 el desayuno y entre 12 y 13 la comida y la cena).

El desayuno es igual los siete días de la semana. En su afán de economizar, el autor recomienda a los soldados aprovechar los posos del café de la víspera y añadirles café del día y achicoria. Lo demás, el rancho de la mañana y el de la tarde, son guisos de cuchara a los que siempre se les agrega "el consabido picadillo".

Así, el menú del lunes consiste en carne con patatas para comer y bacalao con arroz para la cena. El martes, fabada y lentejas con carne; pote y carne con arroz, los miércoles; y chorizada y callos, los jueves. Para los viernes propone rancho Picadillo y bacalao con garbanzos y los sábados, guisote y carne con garbanzos; y el domingo, bacalao con verdura y carne con fideos. Casi nada.

La receta con que comienza esta página se refiere a la carne con arroz, para cuya elaboración se precisan: un litro de aceite, cinco kilos de carne, 20 de arroz, diez chorizos, medio kilo de sal, un kilo de cebollas, 120 gramos de ajos, 4 de azafrán, 30 de pimienta, 20 de clavo y perejil, indica Picadillo, autor de La cocina práctica (1905), el libro más célebre de este gran gastrónomo, abogado de profesión, alcalde de la ciudad, señor de su pazo de Anzobre y coruñés enorme, de 230 kilos de peso.

"Sí, romped filas y dejadme a mí solo con mis rancheros, a los cuales tengo que hacer unas cuantas advertencias en secreto..." -va rematando en el epílogo-, para aconsejar a continuación seguir las minutas al pie de la letra, porque, advierte, "van exactamente calculadas y no les sobra ni les falta nada". "Y, dicho lo dicho nada tengo que unir a lo que he dicho", concluye.