Era joven, tenía buena planta y descaro no le faltaba. Para colmo, su primera novela, La familia de Pascual Duarte, alcanzó un éxito extraordinario. Y, aunque alguien llegó a hablar de plagio, las revistas literarias más importantes del momento -La Estafeta Literaria y El Español- la pusieron por las nubes. Las autoridades eclesiásticas, sin embargo, la repudiaron y, a finales de 1943, cuando la obra iba por la segunda edición, la prohibieron. La tercera ya no pudo hacerse en España y Pascual Duarte tuvo que editarse en Buenos Aires.

Arrancaba así la carrera literaria de Camilo José Cela (Iria Flavia, A Coruña, 1916-Madrid, 2002), que, no sin esfuerzo, llegaría a alcanzar el Premio Nobel de Literatura en 1989. Después -¡ay!- llegaría el Cervantes y, algo más tarde, el Rey lo haría marqués de Iria Flavia: Quien resiste, gana, fue su lema.

Pascual Duarte dio tal notoriedad a Cela que entonces -1945- decidió ser escritor. Abandonó los estudios de Derecho y se puso a escribir La colmena (de la que ahora acabamos de saber que hay una versión inédita, con pasajes eróticos censurados). Ese mismo año, encargó al prestigioso pintor Luis Mosquera su retrato: un cuadro de categoría, a la altura de su éxito y que anunciara la gloria por venir.

Luis Mosquera (A Coruña, 1899-Madrid, 1987), un pintor de línea clásica, discípulo de Román Navarro, era entonces el retratista de moda, el pintor de la alta burguesía coruñesa y de la aristocracia madrileña. En esa época, Mosquera ya había retratado a Franco y a Primo de Rivera y no paraba de recibir encargos y el mismo año que pintó a Cela retrató al psiquiatra López Ibor y a Antonio María de Oriol y Urquijo, de la oligarquía financiera vasca. Poco después, retrataría a Baroja. Y, con el tiempo, también a Barrié y al fundador del Opus Dei.

Luis Mosquera superó las expectativas de Cela. El escritor aparece en el retrato -de considerables dimensiones (139x148,7 cm)- con mirada profunda y desafiante, un libro entre las manos y, a su izquierda, sobre la mesa en que apoya los brazos , una botella de vino, una granada y un mendrugo de pan. Parece sugerir la ambición literaria y la necesidad alimenticia del joven Cela, que a lo largo de su vida demostrará no tener excesivos escrúpulos intelectuales a la hora de llevar a cabo tareas nutricias.

Pese al éxito de La familia de Pascual Duarte, cuyo tenebrismo inauguró la novela de posguerra, Cela no pagó el cuadro a Mosquera, que, harto de verlo en su estudio, optó por donarlo al Museo de Belas Artes cuando aún dependía del Ministerio de Cultura.

El óleo estuvo colgado en el museo coruñés durante años, hasta que en 1991 se inauguró la Fundación Cela en Iria Flavia, en Padrón, y el escritor se empeñó en que su retrato estuviese allí, con sus manuscritos, sus libros, su colección de arte...

El Nobel recurrió a su amigo Manuel Fraga, presidente de la Xunta, y, con su mediación, el cuadro fue llevado a Iria. Y sigue ahí, ahora presidiendo la Sala de Viajes de la fundación, por más que el Museo de Belas Artes reiterase a las autoridades autonómicas de Cultura que el cuadro le pertenece.

Caso omiso. El retrato no fue devuelto al museo de A Coruña por los responsables de la Xunta -que ahora lo son también de la Fundación Cela, tras haberla rescatado en 2012 la Administración gallega, ante el total abandono en que quedó después de una década en manos de la viuda del escritor, Marina Castaño, y del gerente Tomás Cavanna Benet, ambos investigados por posible malversación, estafa y fraude fiscal en un juzgado de Padrón.