A Baroja le gustaba despotricar y puso a pan pedir a muchos de sus coetáneos. Dos de los que salieron peor parados fueron Unamuno y Valle-Inclán, cuya audacia solía comparar, aunque opinaba que era "mayor aún la del vasco".

De Unamuno decía que era egoísta y no escuchaba. Lo consideraba antipático, intransigente y orgulloso, hasta el punto -decía- de que sería capaz de explicar a Kant lo que debía ser la filosofía; a Pointacaré, la matemática y a Einstein, el futuro de la física. De Valle-Inclán, le molestaba todo.

Baroja veía ciertos paralelismos entre los dos escritores: "Unamuno tenía una voz como de flauta y Valle-Inclán, una voz de falsete bastante desagradable". El vasco tenía "cráneo pequeño y frente huidiza", mientras que la cabeza de Valle "era muy chica y alta como una estrecha casa de muchos pisos". Muy gallega, a su juicio: "En Galicia, entre la gente del pueblo vi que era abundante ese tipo de cabeza".

"Además de la antipatía física, había entre nosotros una antipatía intelectual", reconoce Baroja, al que fastidiaba tanto su aspecto como su persona y su obra. Sólo admiraba en Valle-Inclán su permanente anhelo de perfección y búsqueda de lo nuevo, cosas a la que daba un mérito "extraordinario".

"No era hombre de cara bonita: tenía restos de escrófula en el cuello. La nariz, un poco de alcuza; los ojos, turbios e inexpresivos; la barba, rala y deshilachada; y la cabeza, piriforme, y, sin embargo, para muchos era algo como un gigante y hasta como un apolo". Con esta ferocidad describía a Valle el autor de Las inquietudes de Shanti Andía en un retrato publicado en 1944 -ocho años después de muerto Valle-, que ahora ve la luz en Semblanzas (Caro Reggio), un libro editado Francisco Fuster, y por el que desfilan otros contemporáneos de Baroja: Silverio Lanza, Ciro Bayo, Ortega y Gasset, Ramiro de Maeztu, Galdós, Zuloaga, Picasso...

A Baroja le indignaba la permisividad de que gozaba Valle. Veía incomprensible el éxito del autor gallego, cuyo público llegó incluso a "encontrar bello su aspecto". Tampoco entendía que algunos calificasen su estrafalaria figura de "noble, ascética y peregrina".

Le sacaba de quicio que ni Echegaray, ni Galdós ni Benavente le hubieran puesto el menor de los reparos, a pesar de haberlos desprestigiado de forma pública. Ni siquiera el autor de La rebelión de las masas tenía mal concepto de Valle-Inclán. Y eso sí que le dolía: "Se mostró desagradecido con Ortega y Gasset y con su padre, Ortega y Munilla, que le favorecieron. Ortega tampoco se puso en contra de él; en cambio, habló con displicencia de Menéndez Pidal y de mí. Supongo que Menéndez Pidal hablaría bien de Ortega; yo hacía lo mismo; en cambio, Valle-Inclan hablaba muy mal de él y Ortega nos trató bastante duramente a nosotros, pero no dijo nada de Valle-Inclán".

¿Por qué eran toleradas las impertinencias y salidas de tono de Valle, que se permitía el lujo de poner pingando al más pintado y, en cambio, seguía siendo amigo del periodista Manuel Bueno, que lo dejó manco a consecuencia de una pelea en un café? "Era, evidentemente, un tipo raro", razona Baroja.

"A Valle-Inclán se le tenía miedo", dice. Además, "para la gente, era el tipo del escritor de las calle de Madrid, el hombre a quien se escuchaba en un café, y quizá hacía esto que le personaran como a un tipo pintoresco". Era, en suma, "un hombre que tenía un salvoconducto para hacer lo que le diera la gana".

Baroja tampoco estima la obra y las teorías literarias de Valle. Sin embargo, el teatro del creador del esperpento sigue plenamente vigente. Sus Comedias Bárbaras acaban de ser representadas en Madrid.

También le molesta que haya llegado a pasar por un revolucionario cuando sus ambiciones eran "completamente corrientes y burguesas". Por no citar sus ínfulas de viejo hidalgo, la transformación de apellidos y sus alusiones a pazos familiares en Arousa.

La idea de austeridad era igualmente falsa, pues siempre había estado subvencionado, según Baroja. En una ocasión, preguntó si había tenido sueldo del Estado al escultor Melchor Fernández Almadro, que había escrito una biografía de Valle: "Lo que hay que preguntar es si ha habido algún tiempo en que no haya tenido sueldo", respondió.

¡Y cómo cuidaba su imagen! Según Baroja, hasta el punto de dar explícitas instrucciones a sus retratistas, fuese Echevarría, Anselmo Miguel, Zuloaga o el fotógrafo Alfonso. Tantos esfuerzos le hacen concluir a Baroja que "Valle-Inclán tenía una aspiración a la gloria como ninguno de sus compañeros. Tenía una voluntad tensa y firme, que contrastaba con la de los demás, floja y desmayada".