Con Miguel Boyer se va el máximo exponente de la beautiful, un término caído en desuso, que en la España de los ochenta designaba a los millonarios -o al menos con buena posición económica y social- de izquierdas o, con más precisión, del PSOE.

Llegó al Gobierno con pedigrí político. En los cincuenta había estado en la cárcel donde practicaba yoga y pesas con Fernando Sánchez Dragó, Enrique Múgica y otros estudiantes bien. Era socialista radical. Reapareció en los setenta como socialista tan moderado que lo tachaban de liberal.

Rara especie que se incautó de Rumasa bajo la forma de expropiación sin justiprecio, un imposible jurídico y en todo caso en las antípodas de cualquier dogma o práctica liberal. Era igual, con sus carreras de economía y física y los antecedentes familiares -descendía de Sagasta y Amós Salvador- podía mirar por encima del hombro a los que, hasta muy poco antes, habían hecho de la pana y de un disco-libro de Machado todo su bagaje socio cultural. Y los miraba así hasta que una discusión con Alfonso Guerra por el precio de la bombona de butano lo dejó fuera del Gobierno.

Boyer se reinventó al casarse con Isabel Preysler que venía de los brazos del marqués de Griñón -auténtico pata negra de la aristocracia patria- y antes, de Julio Iglesias, pura marca España en Estados Unidos. Adiós al socialismo, bienvenida a un casoplón de Puerta de Hierro, rebautizado como Villa Meona por sus copiosos cuartos de baño. Y más aún cuando se convirtió en el alfil de los Albertos y otros multimillonarios para hacerse con el Banco Central y Banesto, y echar a Conde. Poco liberal otra vez con ese canto al monopolio. Salió mal y al final Botín se quedó con todo.

Boyer recomendaba leer a Kundera, citaba el Post scriptum de Popper -nada menos que un debate sobre la mecánica cuántica- popularizó el eufemismo fine tune para referirse al ajuste fino -o sea, miles de obreros a la calle- y manejó tantas y tantas cosas que los integrantes del clan sevillano de la tortilla de patata eran incapaces siquiera de sospechar.

Venía de la oposición democrática -nada que ver con tanto antifranquista una vez muerto Franco- reapareció en la izquierda liberal, si es que tal cosa puede existir, se fue con la alta sociedad o lo que es lo mismo, con las altísimas finanzas y acabó cerca de Aznar, en FAES, su think tank, hasta que la guerra de Irak, en la que no participó España aunque la propaganda sigue diciendo que sí, le hizo apartarse también de ese mundo.

La telebasura y otros barrizales convirtieron por un tiempo a Isabel Preysler, ya con Boyer, en un mito sexual, conocedora y practicante de no se sabe qué secretos del Kamasutra mientras que el envidiado expolítico -que había estaba casado con la ginecóloga Elena Arnedo- saltaba por el escenario de las celebridades esquivando los puñetazos de Ruiz-Mateos, el mal expropiado, siempre con una seriedad digna de los faraones y un progresivo olvido hasta el cero absoluto.

Carlos Solchaga dijo que España era el país donde resultaba más fácil hacerse rico. La beautiful, con Boyer, demostró que era verdad... pero solo para cuatro.