-Tras una novela realista y amorosa, ¿le apetecía hacer volar su imaginación?

-Sí, y me lo he pasado muy bien. En el libro, hay una voz narrativa antes de cada cuento que habla sobre la trama. Esa voz me ha permitido jugar con cuentos de amor, navidad, desencuentro familiar, eróticos o de fantasmas. Ahí está mi zoo y mi arca de Noé, todas las especies que tengo.

-¿Qué oculta

-Todos los cuentos tienen una trama oculta, una parte que se ve y otra que está por debajo. Por ejemplo, uno del que estoy muy orgulloso, es un cuento de vampiros con una segunda trama que acaba siendo la auténtica.

-Se atreve con los vampiros, un género algo manido en los últimos años.

-Cuando se empezó a frivolizar con los cuentos de vampiros me pareció una falta de respeto. El Drácula de Bram Stoker es un auto sacramental, y las películas que hacía Terence Fisher eran fantásticas. Chuparle la sangre a alguien y matar es una especie de metáfora del mundo en el que vivimos (se ríe).

-¿Hay poca narrativa fantástica en la literatura española?

-Decía Ramón Menéndez Pidal que lo fantástico no era español, quizá sí en Galicia, el occidente leonés y Portugal. Pero no es así, los mitos de caballería eran puramente fantásticos. Cervantes hace unos guiños fantásticos en el Quijote, no sabemos si el narrador está engañando al propio Quijote. Aquí hemos inventado el mito de la vida como el sueño. En mi tercera novela, La orilla oscura, recoge ese mito. El gran teatro del mundo es otro mito que cristalizó aquí. ¿Lo español es típicamente realista? No, lo que pasa es que lo fantástico ha sido muy rechazado.

-¿A qué lo atribuye?

-Históricamente fue la religión. Para empezar está la Santa Inquisición, que persiguió lo fantástico por competir con lo sobrenatural. El sueño de las calaveras, de Quevedo, fue prohibido por ella. Las universidades no estudiaban lo fantástico español, pero leían a Kafka, Cortázar o Borges. Poco a poco, se han empezado a hacer congresos porque no deja de estar en la imaginación y en la literatura. ¿Quitamos a Cunqueiro del canon? Toda su literatura es mágica.

-¿Por qué los cuentos son un género con menor prestigio?

-Es un problema de formación lectora. A un buen lector le gusta la novela y el cuento. Si alguien no disfruta con Chéjov, Clarín o Cheever, ¿qué clase de lector es? Creo que a los escolares habría que darles cuentos literarios en vez de novelas. Es el campo para introducir en el sabor de la literatura.

-¿Cree que se exigen ciertas lecturas que fomentan el odio a la literatura?

-Seguramente. También hay un problema en la formación de los docentes. Damos por hecho que todos vienen leídos de casa. Me pregunto por qué a los chicos hay que darles cosas que, para comprenderlas, hay que tener una formación previa.

-Cuando recibió el Premio Nacional de Narrativa ya mostró su preocupación por la cultura lectora de los jóvenes.

-El sistema educativo necesita pensar qué hacer en el futuro. Soy partidario de separar lengua de literatura y ofrecer libros que los niños quieran leer. La invasión de las nuevas tecnologías es estupenda, pero a lo mejor están restringiendo el código lingüístico. La gente se expresa cada vez peor tras pasar al lenguaje taquigráfico.

-¿Cómo se enfrenta la RAE a los anglicismos en la elaboración del nuevo diccionario?

-No soy nada partidario de incorporar palabras que no se conviertan en castizas. Cuando una palabra lleva mucho tiempo en el léxico, en los medios de comunicación y la gente lo usa, me rindo. Vamos a ver cuánto tiempo dice la gente selfie, porque igual en dos años ha cambiado. No puedes bendecir una palabra por ser novedad. El lenguaje debe posarse.

-¿Qué le parecen los términos en inglés que sustituyen a su traducción en español?

-Estoy escandalizado, porque la invasión anglosajona es brutal. Hay un poco de estupidez ciudadana. Que una peluquería de señoras se llame Oh My Cut no tiene sentido.

-¿Considera que el uso hace la norma?

-En la Academia tenemos que conservar un espacio ecológico. Si entra una especie, veremos si se adapta o no. Hay que cuidar las acepciones de las palabras, pero si hay términos machistas y la gente las dice, no podemos borrarlas. Por borrar una palabra determinada, no borraremos el machismo.