Caddy Adzuba (Bukavu, República Democrática del Congo, 1981) tiene una mirada intensa. Una mirada en la que se puede leer el sufrimiento, pero también el valor y el ansia de cambio. Esta periodista congoleña, galardonada con el premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014, es capaz de hablar de los miles de casos de violencia sexual que sufren las mujeres de su país sin que su pausado tono de voz se altere y mientras da pequeños sorbos a un claro café con leche. Lo consigue porque le ha plantado cara al miedo. Está amenazada de muerte por denunciar esta situación públicamente, pero en lugar de refugiarse en una vida cómoda al amparo de la comunidad internacional ha decidido quedarse en su pueblo, recordando todos los días a través de las ondas de Radio Okapi que otro mundo es posible.

-¿Qué le llevó a dedicar su vida a la defensa de los derechos de la mujer en el Congo?

-No sé muy bien cómo fue el proceso. Lo que sí sé es que es como un impulso, una necesidad diaria. Lo que me mueve por encima de todo es la rabia por las consecuencias de la guerra. Cambiar esa situación es en lo que se basa mi trabajo diario.

-¿Cómo es el día a día en el Congo?

-Hay dos versiones de vida en el Congo. Por un lado está lo que deriva de la guerra. En esa parte hay que enfrentarse a muchísimas cosas. A un trabajo tremendo y duro con las víctimas del enfrentamiento, con las mujeres que fueron sometidas a violencia sexual, con los niños soldado..., hay una labor muy dura. Tenemos que forzar al Gobierno para que tome medidas y controlarle para que busque soluciones. Pero, por otro lado, hay una vida cotidiana normal. Mucha gente vive esa vida sin ninguna complicación, que decide no ser activista porque tiene miedo. Lo que pasa es que esa vida normal no sale en los medios de comunicación.

-¿Y usted tiene miedo?

-Claro que se tiene miedo. Todas las mañanas se pregunta uno qué va a pasar. Pero precisamente se saca el valor y el coraje para seguir adelante y estar con esa gente que ha sufrido tanto. Cuando estamos amenazados no sabemos lo que nos va a pasar, pero no cambiaría nada. Ver cada día tantas muertes injustas hace que te olvides hasta del peligro que corre tu vida.

-¿A pesar de vivir amenazada de muerte nunca se planteó dejar el Congo?

-No, no, no (dice moviendo la cabeza). En absoluto. La lucha tiene que estar al lado de los que sufren, de la otra manera no estaríamos haciendo una lucha eficaz.

-¿Es posible que una víctima de violencia sexual recupere su vida anterior?

-El mejor regalo que tenemos en esta lucha que llevamos día a día es ver que las mujeres son capaces de salir de ese aniquilamiento al que estuvieron sometidas. Que son capaces de recuperar su vida y tomar las riendas de su destino. Encontrarse a una mujer que no quería ni vivir porque estaba completamente destruida y conseguir que transforme su pena en poder es posible, y lo estamos viendo. Trabajamos para que estas mujeres se conviertan en líderes que vuelcan sus conocimientos y sus ideas en la comunidad en la que viven. Al superarlo, aceptan luchar, y es la mejor obra que tenemos, lo mejor que hemos hecho.

-¿Quiénes son los culpables de la situación de conflicto del Congo?

-Hay dos tipos de culpables, los directos y los indirectos. Los primeros son los propios congoleños que quieren mantener la guerra viva y, por tanto, son los artífices de la violencia, de las violaciones y de la captura de los niños soldado. También lo es el Gobierno congoleño. Su función debe ser acabar con esta situación, hacer leyes que protejan a las mujeres, a los niños, etcétera. Y no lo hace. Los responsables indirectos son todos los que conforman la comunidad internacional, fundamentalmente las multinacionales, porque son las que están financiando a los grupos armados y las que tienen intereses económicos en el país.

-¿Sienten los africanos que Europa y Estados Unidos miran para otro lado o realmente no saben lo que ocurre allí?

-Lo saben perfectamente, pero por egoísmo o por otros intereses cierran los ojos y hacen creer al mundo que no lo saben. Se hacen los ignorantes para no tener que intervenir o para que su intervención no sea tan flagrante.

-¿Es el caso de Libia?

-Completamente. Nadie quería que gobernara un dictador en Libia. Pero una cosa es eso y otra la vía que se eligió. Se decidió una intervención armada. Estados Unidos inició la guerra pero no asumió las consecuencias. Ahora hay miles de libios que tienen que buscar un refugio por el mundo y nadie los quiere acoger.

-¿Hay que repensar la política internacional actual?

-Tenemos que reclamar una vuelta completa. No funciona, no es coherente, no sirve a las personas.

-¿Está el origen de ese cambio en el pueblo?

-¡Claro! Son los que tienen que tomar las riendas de su destino. Los organismos internacionales no nos tienen que marcar los pasos a seguir. Son los pueblos los únicos que conocen sus necesidades, sus peculiaridades, sus urgencias, los que pueden decidir cuál es el camino y cuáles las pautas para solucionar un conflicto. La comunidad internacional está para apoyar, pero las decisiones del futuro del pueblo tienen que estar en el pueblo.

-¿Al resto del mundo le interesa que África siga siendo el Tercer Mundo?

-Interesa tener a alguien por debajo porque eso reafirma su superioridad. África no ha podido desarrollarse porque no le conviene a muchos. Cuando un país africano empieza a emerger, el resto de poderes lo bloquean. No quieren que nos desarrollemos, nos quieren tener como subordinados y como dependientes.

-¿Qué podemos hacer en España para acabar con la violencia machista?

-La muerte de mujeres por ser mujeres es vieja como el mundo. Es una situación que se da en todas partes porque el hombre es egoísta y se considera superior a la mujer. Los hombres piensan que somos seres dependientes, relegados, no nos ven como un ser humano. Para cambiar esto, las mujeres tenemos que tomar la dirección de esta guerra. Tenemos que decir no y luchar solidariamente para que desaparezca esa desigualdad.