Observo que mis amigos musulmanes reaccionaron igual que casi todos ante los atentados de París y además están muy preocupados e incluso angustiados por los efectos que los atentados y la guerra de los yihadistas pueden tener sobre la imagen que proyectan de su religión y de su cultura. Muchos son musulmanes en el mismo sentido en que laicos o incluso ateos son considerados cristianos: por su pertenencia al mundo donde una u otra religión es hegemónica e impregna históricamente el ámbito cultural donde nacemos y vivimos. Otros son creyentes y practicantes del mismo modo que lo son tantos cristianos y no tienen nada que ver con la utilización o asunción extremista de una fe como coartada de frustraciones, codicias, violencias y crímenes. Ven estos mis amigos con preocupación cómo el fanatismo religioso, en este caso musulmán, está consiguiendo trasladar a la sociedad y a la opinión pública la idea de que los musulmanes o los verdaderos musulmanes son sus sectores minoritarios integritas, fanáticos y violentos. No deberíamos caer en esta trampa funesta para lo que debiera bastar recuperar nuestra propia memoria cristiana bien próxima. Al grito de "Alá es grande" atacaron unos y al de "viva Cristo Rey" atacaron otros, que en el fondo son siempre los mismos: pocos pero diabólicos.

Toda ideología, y las religiones lo son, trata de representar de una determinada forma la realidad y de elaborar un sistema de ideas referencial para conducir la realidad misma hacia ese sistema ideal preconcebido. Este artilugio puede ser un valioso instrumento para entender y organizar nuestras vidas o puede derivar en patologías muy peligrosas como el fanatismo, el integrismo y la intolerancia y rechazo radical del diferente. De esto no está libre ninguna religión o ideología. La inmensa mayoría de los creyentes del islam, del cristianismo o del judaísmo viven sus creencias de forma sana, muy diversa, tranquila y compatible con otras concepciones de la vida y, en consecuencia, nos equivocaríamos y nos derrotarían si cayésemos en la trampa que se nos tiende y llegáramos a pensar que lo patológico y lo criminal se corresponde solo o especialmente con una creencia determinada.