Se llama Borja Vidal Fernández y es un catarí español, un gigante de 33 años y 2,04 metros que empezó en el baloncesto y acabó en el balonmano profesional para defender a la selección de Catar con la Cruz de la Victoria tatuada en un brazo.

Es muchas veces hispano: así es su apodo, así lo grita un tatuaje en su pecho y así se lee en su cuenta de Twitter, por ejemplo. Un hispano que, desde ayer, compite contra España en el Mundial de balonmano que se celebra en su país, en su segundo país, porque un día decidió que para llegar a jugar en la élite debía nacionalizarse.

Y se nacionalizó catarí porque Valero Rivera, exseleccionador español de balonmano y actual entrenador de la selección de Catar, le convenció para que se fuese con él. Por eso y porque el emirato le pagó 40.000 euros por hacerlo, según datos publicados por un diario sueco.

Vidal busca la medalla de oro con su selección, pero en realidad hace tiempo que amarró un oro bien jugoso: al nacionalizarse catarí no sólo se aseguró la posibilidad de disputar un Mundial bajo el foco de las cámaras sino también un contrato de 13.000 euros netos al mes.

El emirato, además, le ha prometido 90.000 euros por victoria y una prima de 4,2 millones a repartir entre todos sus compañeros si quedan campeones, siempre según las informaciones publicadas por el mismo medio.

Lo reconoció cuando aceptó iniciar su aventura en Doha en 2013: "Yo pedí dos cosas: poder disputar grandes competiciones y poder tener estabilidad económica". Y de momento la cosa le va estupendamente: su carrera deportiva avanza y su prosperidad económica también.

La de Catar es la última parada de la peculiar trayectoria de este deportista nacido en Asturias en 1981. A los trece años era tan alto que fue reclutado para el baloncesto gracias a un programa de TVE. Allí lo vio alguien del Joventut de Badalona, que lo fichó y lo hizo debutar en la ACB. Pasó después por el Melilla, Bilbao, Nápoles y Zaragoza, donde conoció a Valero Rivera, que entonces entrenaba al equipo de balonmano de la ciudad, y lo convenció para que cambiara de deporte.

Y cambió: de pívot de baloncesto se convirtió en pívot de balonmano. "Tomé la decisión acertada, cuando voy a entrenarme a balonmano disfruto, cuando iba en baloncesto lo hacía para sufrir", declaró.

Pasó por Algeciras, el Teucro de Pontevedra, Torrevieja y el Nanes francés, hasta que de nuevo Valero Rivera -exentrenador del Barcelona- le propuso la opción catarí. Hoy busca una medalla de oro, pero tiene otro seguro: un contrato con el Al Qiyadah hasta el año 2016, un campeonato de Asia, está jugando un Mundial y su estabilidad económica está asegurada.