Julio Llamazares nació en 1955 en la localidad leonesa de Vegamián, sepultada, poco después, por las aguas del pantano del Porma. Desde entonces ha cultivado la literatura como periodista, poeta y narrador, pero su obra siempre ha recordado la presa que destruyó Vegamián. Vuelve a ella con Distintas maneras de mirar el agua, novela de la que habla hoy en el salón de actos de la UNED de A Coruña, a las 18.30 horas, como invitado en el ciclo La creación literaria y sus autores. XI Encuentros con escritores, organizado por el Centro de Formación y Recursos.

-¿Se ha planteado el libro como un homenaje al rural español?

-Homenaje ninguno, espero. Homenajear implicaría una despedida. Sí hablo de que las dos Españas de Machado son ahora otras: un interior que queda despoblado y una España, formada por la periferia más Madrid, que crece. Eso genera desazón y desarraigo. Y me veo obligado a contarlo, aún sin quererlo, porque yo vengo de la primera.

-¿El éxodo del rural hace que se pierda la memoria?

-En la primera generación es al contrario: como la memoria se crea con la pérdida de lo recordado, el que no pierde ese mundo, no tiene qué recordar. En las segundas generaciones, que nacen en la ciudad, es ley de vida que se pierda.

-¿Entonces, el libro es reivindicativo?

-Sí, en cierto modo. Yo no soy uno de esos escritores que escriben por gusto, por afición. Mi escritura es vocacional.

-¿Cómo cree que nacen esas dos Españas?

-Aquí tuvimos un modelo de desarrollo muy diferente al de Alemania o Suiza. Somos un país, si no tercermundista, sí segundomundista y con desequilibrios tercermundistas. Durante el desarrollismo se creó un desequilibrio entre regiones que no es justo.

-¿No tienen también parte de culpa los habitantes de las zonas que quedaron atrás?

-Al final es la pescadilla que se muerde la cola. Se junta pobreza con ignorancia, y eso afecta a la vida política y lleva al caciquismo, que nace del desconocimiento. Existen, además de las condiciones de acceso, decisiones políticas que llevan a poner, por ejemplo, una planta industrial en Vigo y no en Lugo.

-¿Lo denuncia como injusto?

-Hemos aceptado la solidaridad social por clases, que los ricos paguen más impuestos. Pero el disparate es que no aplicamos lo mismo a las regiones. Y menos desde que se crearon las autonomías. Pedimos que Alemania sea solidaria con España, que lo ha sido, pero no Cataluña con Extremadura y viceversa, o Asturias con Galicia y viceversa.

-¿Tiene que ver con la idiosincrasia española?

-España está llena de complejos. Algo que deriva de una historia difícil, bastante sangrienta en ocasiones. Y esos complejos provocan una reacción. Así es que tenemos una relación muy compleja, tanto con nuestra historia, en la que tenemos muchos cadáveres que ocultar, como con la modernidad. Así fue que en los años 80 declaramos que éramos los más modernos de Europa, ante la risa de los otros países. No sé en qué momento se nos ocurrió.

-Ha construido su novela de forma coral, con 16 puntos de vista distintos.

-Es una metáfora de la vida. Cada uno de los protagonistas mira el mismo suceso de manera distinta. Me pasa a menudo que veo algo claro, llega alguien y lo ve de forma distinta, ¡y tiene el mismo derecho que yo a tener su perspectiva! Recuerdo estar mirando al pantano del Porma y que llegue un grupo de gente que se queda mirándolo. Qué bonito, dicen, es como un lago suizo. La suya no es la mirada de alguien a quien hayan sacado de su casa para inundarla y crear el pantano. Así que he compuesto un libro con muchas voces, la suma de las cuales, de alguna manera, es la del autor.

-¿Esta técnica sirve para acercarse a la verdad?

-La verdad es un periódico de Murcia y poco más (ríe). Existen miradas diversas y cada uno tiene su mirada y su verdad. Esta relatividad es muy positiva. Me echa un poco para atrás la gente que tiene las ideas muy claras y da puñetazos en la barra del bar. Esa es otra asignatura que tenemos pendiente en España (ríe): no sabemos conversar, lo que sabemos es discutir. Enseguida elevamos la voz.

-Los personajes se reúnen para lanzar al agua las cenizas de su abuelo. ¿Qué papel tiene en su obra la figura del anciano?

-Leí un libro con tres consejos para visitar Soria: lleva jersey, bebe de todas las fuentes y habla con todos los viejos. Los ancianos tienen más experiencia, que no es otra cosa que el haber cometido más errores. Así que esa indiferencia y ese desprecio que les da la sociedad actual son injustos y un error garrafal. Un desprecio que se ve hasta en el mercado laboral hacia los mayores de 50 años. Por cosas como esta, cada vez contemplo el mundo que me rodea con más estupor.

-¿Qué le aporta escribir?

-Escribir es para mí una manera de estar en el mundo, y también de estar a solas. En el pasado ser un escritor era algo, incluso, marginal. Hoy todo el mundo escribe. ¿Por qué? Porque ahora tiene asociado glamour y prestigio social. Pero que todo el mundo escriba no quiere decir que todo el mundo sea escritor, de la misma forma que no todo el que monta en bicicleta es ciclista.

-¿Qué es el escritor, entonces?

-Escritor es alguien que seguiría escribiendo aunque no lo publicaran, para quien escribir es un fin en sí mismo. La mayoría de los que escriben hoy lo dejarían en esas circunstancias. Para ellos es un medio.

-Juan Benet dirigió la obra del pantano del Porma, y, mientras lo hacía, escribió Volverás a Región

-Tuvimos una relación extraña. La presa lo marcó. Cuando oyó que yo era de allí y escribía poesía, tuvo curiosidad por conocerme. La primera vez que hablamos me dijo: "O sea que tú eres escritor gracias a mí". "Y tú eres un gilipollas", le respondí. En público era distante, arrogante, provocador. Pero luego, en solitario, sin el séquito que solía acompañarle, era una persona diferente. Y para mí es uno de los grandes escritores de la segunda mitad del siglo XX.