Ni los políticos pueden resistirse a la tentación del Candy Crush, el popular juego de los caramelos. La última pillada in fraganti ha sido la vicepresidenta del Congreso, Celia Villalobos, en pleno debate del estado de la nación. La diputada popular se entretuvo con su tableta moviendo de un lugar a otro piruletas y bombas de colores mientras que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se esforzaba por responder al portavoz de CiU, Antoni Duran i Lleida. El vídeo que recoge su desliz virtual ya ha superado en YouTube las 250.000 visitas. Su caso sirve ahora para poner sobre la mesa una adicción que en España comparten 1,2 millones de personas. Pero ¿qué tiene este juego para que enganche tanto? Según los expertos de la región: facilidad de uso, interactividad social y accesibilidad.

La mecánica del Candy Crush no puede ser más simple. Para avanzar en el marcador, solo hay que juntar tres caramelos iguales. Lo mismo que se hacían en los clásicos juegos de "tres en línea" o en la máquina tragaperras de toda la vida. Con la diferencia de que ahora en vez de frutas, son dulces. "Su manejo es sencillo y los retos, también. Cualquier persona puede superarlos. Eso no genera frustración en el usuario y hace que adquiera confianza y satisfacción para seguir jugando", explica Iván Fernández Lobo, creador de la feria Gamlab y experto en videojuegos.

Cada nivel -son quince- tiene un tablero de entretenimiento diferente con golosinas de hasta seis colores diferentes. Haciendo grupos de tres, se consigue, casi sin esfuerzos, que los caramelos alineados desaparezcan y que el resto se reubiquen en la pantalla. Por cada episodio que se pasa, el jugador tiene la opción de pedir ayuda de forma online a sus amigos. Y ahí está otro de sus potenciales: la conexión social. Aunque quizá la característica que mejor defina al Candy Crush es su accesibilidad. Teniendo un ordenador, una tableta o un móvil se puede consumir en cualquier lugar y en cualquier momento del día. Además, como recuerda el catedrático en Psicología José Muñiz este juego está presente en las redes sociales. De hecho, en Facebook, es una de las páginas más populares con casi 76 millones de Me gusta. Fruto de este éxito, la empresa King, que lanzó la plataforma el 12 de abril de 2012, llega a facturar al día 470.000 euros. Aunque la aplicación es gratuita, la firma británica se mantiene a base de micropagos, que el usuario utiliza para comprar vidas, movimientos y artículos especiales. Estas pequeñas compras oscilan entre los 0,89 céntimos y los dos euros.

Los expertos aseguran que el empleo de este pasatiempo no es negativo siempre y cuando se haga con control. "Por recurrir a él en nuestros ratos libres no va a pasar nada. El problema es cuando llegamos a la adicción", cuenta el psicólogo José Muñiz, que advierte de que eso sucede cuando la persona pierde el control y convierte el juego en el centro de su vida. "Todos los pasatiempos, antes incluso de la tecnología digital, son cíclicos. Pasó con el yoyó y pasa ahora con todos los juegos actuales. No obstante, hay que saber parar a tiempo", agrega.

Políticos que sucumben

Celia Villalobos, sorprendida jugando al Candy Crush en el debate del estado de la nación, no es la primera política que sucumbe. En diciembre, al británico Nigel Mills también le pillaron en un debate sobre pensiones. En España, también ha habido casos. Los diputados populares de la Asamblea de Madrid, Bartolomé González y María Isabel Redondo, fueron cazados con el programa Apalabrados durante un pleno en 2012. Ese mismo año, la ministra Fátima Báñez publicó un tuit con su puntuación en otro juego, el Bubble Shooter. Y antes de todo eso, en 2001, tres diputados del PP fueron sancionados por ver vídeos porno durante una reunión.