-Una radiografía del África occidental.

-Once de los treinta países más pobres del mundo están ahí. Es la región del planeta con más riesgo para la maternidad y con mayor peligro para la niñez. En el África occidental viven 180 millones de personas, de las que 60 millones son menores de 15 años.

-Africana, mujer, pobre y niña. Un cóctel explosivo.

-Es un mundo de un machismo ancestral, tan profundo que ni siquiera se percibe como tal. Es el sometimiento normalizado, con consecuencias terribles a corto y largo plazo. Es el caldo de cultivo perfecto para la violencia de género.

-España está llena de prostitutas nigerianas.

-El mundo lo está. Es algo increíble lo que pasa en Nigeria. El país está dividido en zonas de mafias y hay un mercado que distribuye mujeres a todos los países, según los gustos nacionales. Las más jóvenes, casi niñas, se van a Asia. Hay catálogos y precios según las características físicas, la edad, la talla de pechos. Como si se tratara de un mercado de caballos. Las chicas son distribuidas por los cinco continentes y las familias viven de lo que las mafias les pagan, siempre que la joven se porte bien.

-¿Qué se ha conseguido en materia de escolarización?

-Hay mucho por hacer. Las niñas son penalizadas por una cuestión de género, por motivos que tienen que ver con interpretaciones extremistas de la religión pero no solo eso. Cuanta menos instrucción, más fácilmente explotables. Hay aldeas que tienen la escuela más cercana a 70 kilómetros, a pie. Hay niños que asisten a una educación informal, impartida por las propias comunidades y claramente insuficiente. Los que van a la escuela suelen recorrer caminos de diez kilómetros. No es fácil el entorno. Y todo esto sin contar con los conflictos armados.

-¿Cómo explicar el fenómeno del grupo terrorista radical Boko Haram?

-Quien crea que estamos ante un grupo terrorista desorganizado se equivoca. El ejército nigeriano es el mejor de la zona pero no lo tiene fácil. Cuando Boko secuestra a niñas está enviando un mensaje: ir a la escuela es peligroso. Son secuestros que tienen por objetivo cercenar cualquier posibilidad de empoderamiento por parte de las mujeres africanas.

-¿Quién maneja los hilos?

-El grupo Boko Haram es un movimiento dentro de un juego de poderes que ejerce una labor de interferencia. Está claro que es un grupo al que se le financia y que tiene mucho que ver con el poder que supone el acceso al agua, que en esta zona del planeta vale más que el petróleo. Esto es un inmenso tablero humano donde se juega una partida, y cada movimiento de piezas supone mucho sufrimiento.

-¿Conoce el África Occidental?

-Sí.

-¿Qué es lo que más sorprende cuando alguien que proviene del primer mundo se adentra en la zona?

-Lo más sorprendente es cómo aquella gente acepta las situaciones más duras, la resistencia que son capaces de tener. Familias que llevan años viviendo en campos de refugiados y que cuando hablas con ellas no se quejan. Le puedo asegurar que hay condiciones de vida en las que un occidental no aguantaría ni diez días.

-¿Cómo es el día a día en un campo de refugiados en el corazón de África?

-Conozco el campo de Diffa, al norte de Nigeria y al sur de Níger. Está en pleno desierto y viven allí, en tiendas de campaña, unas 230.000 personas. Están siempre a la intemperie y, ahora mismo, con temperaturas que superan los cuarenta grados. Son gentes que huyen de Boko Haram, y en un entorno en el que no existe el más mínimo de subsistencia. No sé cómo será el infierno, pero sé que esto se le tiene que aproximar.

-¿Y qué hacer?

-Lo primero, conseguir que la gente lo sepa. En Diffa no se garantiza ni la comida básica porque el número de refugiados crece cada día. Una diarrea leve en un niño de cinco años se convierte en mortal; un sarampión es casi tan letal como un tiro en la nuca. En Diffa no hay viejos porque prácticamente nadie va a superar los 45 años.

-¿Falta respuesta internacional?

-Las condiciones son de enorme dificultad. Llevar suero al campo de refugiados cuesta muchísimo, en trabajo y en dinero. Nuestra ONG atiende allí a unas 26.000 personas. Con el dinero invertido en ellas, en otros lugares atenderíamos a diez veces más. La logística humanitaria es muy compleja.

-Niñas que se quedan sin saber leer ni escribir. ¿Si hubiera escuelas, irían?

-No se trata tanto de crear escuelas como de crear determinadas condiciones de vida para que las familias se decidan a llevarlas. Lo que estamos comprobando es que cuando las familias ven los buenos resultados de la educación son las primeras en animarse a escolarizar a sus hijas. Las niñas instruidas acaban yendo al mercado, comprando, llevando la economía de la casa. Se convierten en fuerzas familiares. Hay que romper ese miedo a que una niña en clase es una amenaza porque no atiende otras labores.

-¿Cómo romper con la tradición de las ablaciones de las mujeres?

-Es una herencia de madres a hijas. Nunca jamás veremos a un padre llevar a su hija a la mujer encargada de practicarla. Hay que ser realistas, lo primero es tratar de minimizar los riesgos, de que no se ponga en peligro la vida de una niña. Y si en segunda instancia podemos retrasar la operación, pues mejor. Ganar unos años es ya un gran triunfo.

-¿A mayor pobreza, mayor violencia sexual?

-Tenemos que partir de la base de que la violencia sexual no entiende de religiones. La violencia se dispara en situaciones de conflicto y de crisis. Se entiende el contexto bélico porque la violencia contra las mujeres hay quien la utiliza como un arma de guerra, así ha sido siempre, pero Save the Children acaba de publicar un informe que demuestra que las violaciones se dispararon en países como Sierra Leona coincidiendo con la reciente epidemia del virus del ébola.

-Y eso, ¿por qué?

-Es difícil explicarlo. Probablemente porque los Estados afectados están más atentos a otras cosas.