El más internacional de los pintores peruanos vivos, Gerardo Chávez López (Trujillo, 1937) acaba de arrancar lo que considera una "aventura maravillosa" en Galicia. Formado en Europa, realizó exposiciones en Italia, Francia -su hijo nació en Quimperlé-, Holanda, Bélgica, Latinoamérica y EEUU y aterriza con ganas de saborear el arte de una tierra "muy especial".

-Las serigrafías forman parte de su última obra, Ellos y ellas

-Son una serie de rostros, que nombro para sentir poéticamente que existe un título para ellos. Ellos y Ellas son unas treinta piezas de un metro por un metro. Lo más importante para el artista es el resultado, que nos engrandece como tener un buen hijo. Estas obras están hechas con materiales pobres, como la arcilla o una tela de yute; lo más rústico para dar esa pequeña señal de arte primitivo. Esa es la idea y por eso nos servimos de materiales poco sofisticados. Me dan una textura muy natural y van provocando motivación, que es lo que el artista necesita.

-¿Motivación?

-Yo no creo tanto en la inspiración, sino en la energía que nos motiva a hacer cosas.

-¿De dónde vienen esos rostros?

-Del inconsciente. Porque de alguna manera se pasea en el interior de uno. Es como un bagaje cultural y en estos rostros y líneas llevamos a nuestros artistas mayores que nos enseñan a descubrir el mundo interior. Creo que las figuras que hago vienen de un sabor, de un olor...

-Usted ha dicho que siempre recordará su visita a Altamira, un testimonio del Paleolítico.

-Fue una de las primeras obras rupestres que conocí en 1972, como joven estudiante. Fue muy sorprendente porque todavía se podía descender a las cuevas de Altamira. Disfruté infinitamente y pude captar un poco del mensaje de esta gente imaginativa: es un templo mágico. Uno no sabe por qué nos gusta, dónde está la belleza; nos deja inconclusos pero nos mantiene agarrados porque sentimos que nos hace vibrar. Aquellas pinturas me enseñaron a ver que, a través del tiempo, lo que comenzó como una forma de escritura se convirtió en una obra de arte majestuosa. La belleza rupestre es ejemplar y nos deja sin palabras.

-¿Qué le ha aportado Europa?

-Acabé mis estudios becado en Perú y pensé ¿ahora qué? Mi hermano Ángel también era artista y yo lo admiraba, pero veía su sufrimiento. Tampoco quería ser su sombra. Entonces leí a Gauguin, que viajó a las Islas Marquesas y me rebelé: quise ir a Europa. Hay muchas maneras de reconquistar el derecho a vivir con la intensidad que se debe; de engrandecernos por dentro. Europa tenía museos y se estaba reconstruyendo y yo venía de estudiar el Renacimiento. Me quedé en Florencia, Roma y París. Así fue mi entrada en un momento difícil.

-¿Llegó a París con el boom

-Cuando yo llego a Europa ya no participo del movimiento pero está André Bretón, el padre del surrealismo que trabajó con artistas, poetas y escultores. En París viví una especie de postsurrealismo inconscientemente; llevaba dentro América Latina y el mundo mágico. Luego entraron otras corrientes, se produjo la revolución cinética y coincidió también la muerte del Che en esa década. Se sentía una riqueza revolucionaria y eso nos enorgullecía. Los latinoamericanos estábamos a la reconquista de nuestra identidad. Ahí llega mayo del 68. Nosotros los artistas no somos políticos, pero tenemos un compromiso muy importante que es la transparencia y la justicia social. No podemos ignorarlo o echarle tierra. Debemos estar vigilantes a las injusticias y difundir lo que sentimos.

-El Museo de Arte Moderno de Trujillo, en Perú, fue fundado por usted.

-Perú no tenía un museo de arte contemporáneo. Lo hice con mis propios recursos. Esta es una profesión que nos permite ser generosos; es generosa, nos llena el alma hasta un momento que tenemos que entregarla (risas).