En cuanto un gobernante alcanza el poder y en la medida de su amplitud, el gobernante empieza a exhibir sus verdaderas intenciones, hasta entonces como encriptadas. Es cuando el programa para el que pidió el apoyo del votante se matiza, se desvirtúa, se cambia o incluso se abandona descaradamente. Es entonces cuando lo que había dentro del gobernante se manifiesta y lo hace así porque, tras su victoria, se siente fuerte, más fuerte que sus opositores, más fuerte que los votantes. Todo lo contrario le ocurre al candidato que se siente débil frente a quien decide: el electorado. El candidato estudia y analiza lo que sienten y quieren los electores, los halaga, les asegura su consideración y respeto, les oculta lo que puede disgustarles en su ideario, les propone un programa debidamente formulado, con afirmaciones convenientes o ambiguas, con promesas de aparente contundencia. En resumen: el candidato oculta o disimula mucho más de lo que exhibe. Y lo hace así porque sabe que es el ciudadano quien decide en las urnas y se siente en ese momento más débil que el elector.

El ciudadano elector, en cambio, se siente fuerte en el periodo electoral y se expresa alegremente. Pregunta e inquiere; pide y exige; propone, valora y juzga abiertamente; incluso amenaza con su voto individual, aún sabiendo que será el resultado colectivo el que marcará el futuro. El elector percibe que durante este tiempo será tenido en cuenta aunque solo sea de boquilla, se siente incluso halagado, aún sabiendo lo efímero del halago. Nota que tratan de conducirlo e incluso de engañarlo y hace como que se deja o acaba dejándose, pero en esos momentos tiene la sensación de ser él el más fuerte.

En cuanto el elector se convierte en gobernado, cambian las tornas, se pasa de la inicial expectación al desencanto y a la decepción y el gobernado se jura ajustar cuentas cuando le toque decidir, aunque muchas veces el desprecio, la desconsideración e incluso los abusos caen en el olvido.

Ya lo decía aquel proverbio, recogido en Las mil y una noches: "La injusticia está agazapada en el cuerpo; si es fuerte, aflora; si es débil, se disimula". Y esto vale para electores y elegidos, para gobernantes y gobernados. Me temo.