Ángeles Caso (Gijón, 1959) vuelve a la carga literaria con una novela sobre tres escritoras valientes en un mundo de hombres y con una pasión secreta. El título sugiere amor por las letras: Todo ese fuego. Las protagonistas lo confirman: Charlotte, Emily y Anne. Se apellidan Brontë.

-¿Cuál fue la chispa que encendió Todo ese fuego

-Una visita a la casa de las Brontë en Haworth, al norte de Inglaterra. Ahora es un museo sobre ellas. Me encanta visitar las casas de los escritores, soy muy mitómana para esas cosas. Siempre las había admirado muchísimo, pero estando allí, me di cuenta de que su obra había sido un verdadero milagro. Fueron geniales teniéndolo todo en contra, el hecho de ser mujeres, el aislamiento físico, la timidez. Sentí la necesidad de escribir sobre ellas. Solo escribo cuando siento necesidad, así es. Si no, soy incapaz.

-¿Qué le une y qué le separa de ellas?

-Me unen muchísimas cosas. Hay una cierta sensibilidad común, que por otra parte creo que comparto con mucha de la gente a la que le gusta la literatura. Por suerte para mí, nos separa el tiempo en el que nos tocó vivir. Sus vidas fueron limitadísimas. La sociedad victoriana no permitía a una mujer de su condición hacer prácticamente nada, salvo casarse y ser madre, algo que ellas precisamente no hicieron. Yo he podido desarrollar mi vida como he querido.

-¿De vivir hoy, alguna de las hermanas seguiría los pasos de usted y se metería en política?

-Probablemente Charlotte. Desde pequeña le interesaba muchísimo la política. Leía la prensa con entusiasmo siendo todavía muy niña, y hablaba mucho con su padre de asuntos políticos y sociales. Era la más activa de las tres, y sí que puedo imaginarla participando en la vida política.

-La literatura fue una vía de escape. ¿Se identifica con ellas?

-Bueno, supongo que la literatura siempre es de alguna manera una vía de escape a nuestras limitaciones como seres humanos o al caos del mundo. Quienes escribimos tratamos de poner un poco de orden en una existencia que normalmente nos arrasa.

-¿Qué influyó más, la ficción sobre la realidad o viceversa?

-Siempre que he escrito ficción basándome en personajes históricos he buscado el equilibrio entre ambas cosas. La mitad de mi mente es de historiadora, analítica y rigurosa, la otra mitad es de novelista, más creativa e imaginativa. He conseguido que vivan en paz. Cuando hago novela, como historiadora me preocupa respetar no tanto los hechos concretos como los ambientes, las costumbres, la gestualidad de los personajes. Y como novelista, trato de meterme dentro de ellos para darles vida. A veces eso me obliga a no respetar los hechos probados. Mi obligación como novelista es estar por encima de esos hechos cuando es necesario para que la novela funcione. Otra cosa es cuando hago ensayo o biografía. Ahí sí que me exijo todo el rigor. En este libro eso queda claro en las dos partes, la primera ficción y la segunda estrictamente biográfica. He hecho una especie de mezcla de los dos géneros. ¡Espero que funcione!

-¿Por qué, para quién, para qué escribe Ángeles Caso?

-Escribo porque si no me moriría. Me secaría por dentro, como un árbol en un desierto. ¿Para quién? Para 'mis semejantes', como decía Baudelaire, mis almas hermanas. ¿Para quién si no?

-Charlotte escribió sobre el maltrato de un marido. ¿Es triste que siga de actualidad?

-Desde luego. Pero, yendo incluso más atrás en el tiempo, hay un poema de Jovellanos contra la violencia de los maridos. Hay problemas que parecen acompañarnos eternamente.

-¿Comparte con ellas la visión de la literatura como salvación y consuelo, y al tiempo un acto de egoísmo y obsesión?

-Realmente, esas frases son mías, aunque en la novela las ponga en boca de Charlotte. No sé si ellas lo veían así. Yo sí creo que cualquier forma de creación artística es obsesiva y puede llegar a ser peligrosa si uno se deja arrastrar por esa pasión y se aísla del mundo. Supongo que a todos, cuando estamos creando, nos gustaría poder hacerlo, pero, en realidad, ese aislamiento es malo. A mí ha acabado por gustarme la idea de que, al final, la vida siempre irrumpe en mis novelas, interviene en ellas, lo quiera yo o no. Es probable que a las escritoras nos ocurra eso más a menudo que a los escritores.

-¿En qué sentido?

-Igual que las Brontë, yo siempre he escrito ocupándome de otras muchas cosas al mismo tiempo. Igual que hacía Emily, a menudo he escrito en la cocina, vigilando la comida. Estoy segura de que muchas escritoras tienen experiencias parecidas, y de que probablemente pocos escritores las comparten. Ellos se encierran en sus despachos y, ya sabe, 'a papá no se le molesta'... Durante un tiempo, eché de menos poder escribir así, con ese aislamiento tan masculino, pero ahora me alegro de que las cosas hayan sido de otra manera.

-¿Le sorprende que "las personas lúcidas sean creyentes"?

-Sí, muchísimo. Creo que el análisis profundo de la vida y del mundo te lleva inevitablemente al ateísmo. Pero conozco a gente muy inteligente y muy sabia que es creyente. Así que debo de estar equivocada.

-¿Ha conseguido "aceptar la muerte con serenidad"?

-Ahora sí. En los últimos tres años he perdido a cuatro amigos a los que quería muchísimo, y en algunos casos he tenido la suerte de acompañarlos hasta el final, y han sido para mí una auténtica lección. He aprendido a aceptar que la vida es así. Espero mantener esa serenidad cuando llegue mi momento.

-"Ardieron en su propio fuego". ¿Su novela está escrita con llamas o con cenizas?

-Con llamas, pero con llamas mantenidas bajo control. Siempre digo que, como afirmaba Flaubert, se escribe con la cabeza, no con el corazón, en contra de lo que mucha gente cree. El corazón, o el fuego, es previo. Antes de escribir hay que vivir, aunque solo sea con la imaginación, como hicieron las Brontë. Pero, cuando te sientas a escribir, hay que mantener las riendas de todo eso muy férreas, y la mente fría.