Hay dos directrices que se han hecho hegemónicas en el mundo durante los últimos treinta años sobre todo: la preeminencia de lo privado sobre lo público, dejando las manos libres a la propiedad privada, lo que llevó al dominio de la economía sobre la política, y la consiguiente reducción al mínimo del ejercicio de la democracia. Hoy las democracias están embridadas, reducidas a lo meramente formal y con los cauces de participación ciudadana restringidos al máximo y para asuntos cada vez de menor importancia e incidencia. Esto se ha tratado de instalar desde la propaganda en la conciencia colectiva de tal forma que llega a confundirse con el sentido común. Es recurrente este pensamiento en las argumentaciones de los políticos beneficiarios del modelo y del sistema. ¿Quien no oyó a Rajoy, por ejemplo, invocar el sentido común para defender estos postulados? Y no solo Rajoy. Prácticamente todos los ya viejos líderes han recurrido al paradigma de la sacralización de lo privado y de la banalización práctica de la democracia. Y digo práctica porque de boquilla la ensalzan y ponderan, pero la reducen a la mera legalidad, al voto cada cuatro años y a la usurpación diaria de la voluntad ciudadana. Este sentido común es el padre de la crisis y de las políticas aplicadas para que la crisis siga siendo negocio para unos pocos y catástrofe vital para las mayorías. Y es que este sentido común no solo es el menos común de los sentidos, sino la negación misma del sentido de lo común, que es lo que está moviendo en todo el mundo la contestación a los viejos paradigmas ya depravados. Este parece el nudo del conflicto global que atañe a problemas tan fundamentales como la conservación del medio, la erradicación de la pobreza y la convivencia pacífica entre personas y pueblos. Puede que aún no tengan totalmente claro cómo hacerlo, pero están en ello y saben que ha de embridarse la propiedad individual, que han de vigilarse y regularse los mercados, que ha de predominar la política y que ha de radicalizarse, en el sentido de volver a su raíz, la democracia. Es decir, ha de pasarse del viejo sentido común al sentido de lo común, de lo colectivo, de lo comunitario. Un verdadero cambio de sentido.