Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, 1942) fue guionista o director, normalmente ambas cosas, de más de dos decenas de películas, desde el franquismo tardío hasta 2007. Desde entonces ha publicado tres novelas y el ensayo A los actores, en el que analiza la interpretación desde la teoría del lenguaje cinematográfico. Hoy charla a las 20.00 horas en el Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Fenosa dentro del ciclo A libro abierto.

-¿Por qué se decidió a escribir A los actores

-Siempre me preguntaban si echo de menos dirigir, y yo mismo me extrañaba al responder que lo que más echaba de menos era a los actores. Se ha escrito mucho de los métodos de interpretación. Pero ni siquiera los grandes teóricos han hablado de los intérpretes dentro del lenguaje del cine. El mundo de los actores se les escapa. Es un personaje, como en una novela, pero al mismo tiempo tiene vida propia, es difícil de meter en una teoría del lenguaje del cine.

-¿Concibe el guión como algo cerrado, o un proceso colectivo que comprende al actor?

-Lo segundo. En el cine todo corre mucha prisa, casi todo está muy bien preparado, pero los actores son siempre imprevisibles. Siempre me gustó trabajar con ellos. No dispones de todo el tiempo, y en las series el actor las emociones se las tiene que traer de casa, porque no tiene tiempo para nada. Pero las mejores películas son las que se construyen en el set con los actores. El cine es atrapar el momento que no se va a volver a repetir, las relaciones entre las personas, las emociones que están ahí flotando y quedan fotografiadas para siempre. Eso es muy caro, y es difícil.

-¿Y ese trabajo no se ve en las series más trabajadas?

-No. Primero porque tienen que repetirse en serie. El personaje no puede variar: está diseñado de antemano, está comprobado que la audiencia lo acepta, y no quieren que varíe. El trabajo del actor no tiene la riqueza que tendría si se le permite cambiar el carácter, interrelacionarse con otros. En la serie se puede hacer menos que en el cine.

-¿Echa de menos esa interacción al escribir?

-Sí. Hombre, tengo más libertad, dispongo de mi tiempo? La principal característica del cine es la urgencia. Echo de menos los equipos, y lo que más, a los actores.

-¿Ve cambios en el lenguaje del cine del siglo XXI?

-En las películas, en lo principal, no. El audiovisual de televisión, que ahora es el mayoritario y ocupa el lugar que antes ocupaba el cine en cuanto a arte popular, se ha hecho más dependiente del diálogo, predomina la parte literaria hablada. El mundo de la imagen, de la puesta en escena, se relegó un poco.

-Sus novelas La vida antes de marzo y La vida antes de marzoGloria mía

-Es un poco el nacimiento de mi manera de narrar. Que era, primero, el placer de ver sufrir a los otros.

-¿Eran cuentos de terror?

-No, pero eran melodramáticos. No hay mayor placer que ver cómo llora el otro con las emociones que le has provocado (ríe). Antes que el cine y la escritura, para mí ha estado la narración oral. Según la cara que iban poniendo, iba modulando el relato. Trasladado a la televisión, sería la medición de audiencias.

-A usted le llamaron el cineasta de la Transición, y hoy se habla de matar la Transición. ¿Qué opina de esta idea de algunos?

-Me parece errónea. Para ellos la Transición es solo el momento puntual de aprobación de la Constitución, pero es muy larga. Hay una transición cultural desde mucho antes de la muerte de Franco, y hubo un gran trabajo político clandestino lleno de sufrimiento y de sacrificios La Transición no es solo los políticos y sus pactos. La hizo la gente, y en gran parte la gente de la cultura.

-En Cuando el frío llega al corazón

-Están mis propios recuerdos, pero más que una novela de adolescencia es una novela de iniciación: a la vida sexual, al conocimiento? Nunca supe si transcurre en los años cincuenta o sesenta. Más que testimonio de una época son los cambios de un chico.

-¿Sin costumbrismo?

-Detesto el costumbrismo. Y el naturalismo en la interpretación, esa falsa naturalidad de los actores que quieren hablar como en la calle y realmente sale todo horrible. Aspiro a que mis personajes sean únicos, no un ejemplo sociológico.

-Tiene un asiento en la RAE.

-Aún no he tomado posesión. Hay una cosa que me gusta de las academias, por lo menos de la de Bellas Artes, a la que ya pertenezco. Tras pasar estos tiempos de que la cultura tenía que ser mayoritaria y un poco pueblerina, volver al cultivo de la excelencia está bien. Hubo una época en la que yo mismo lo consideré elitista. Pero una cosa es democratizar la cultura, y otra es el peligro que tiene la masificacióna.

-¿El cine dejará de ser espectáculo de masas?

-Es probable. El cine en sala es minoritario, de una minoría grande pero ilustrada. Como el teatro o la ópera, irán a la sala unos pocos y el resto lo verán en televisión. O en la Red. Creíamos que la masificación estaba en la televisión y ellos se llevan las manos a la cabeza porque el espectador joven ve la Red.

-Y ya hay canales en YouTube con millones de visitas.

-Un fenómeno curioso, pero superficial. Como viene se va.

-¿Hubo un error de la comunidad de cineastas que llevó a la decadencia del cine español?

-La apreciación no es exacta. Al cine español y cualquier otro hay que juzgarlo por las tres o cuatro mejores películas de cada año. Y el balance no es tan malo: está al mismo nivel que otros países del entorno. Todo se está extremando entre la gran película filmada en inglés y las pequeñas películas que se hacen con un teléfono y se pueden colgar en la web. Lo que está más en crisis es la película media. Las que tenían ambiciones artísticas y al tiempo llegaban a mucha gente.

-¿Tiene actualmente algún proyecto literario entre manos?

-No... Ni tengo ninguna novela ni nada. Estoy preparando el discurso de la RAE.