El libro más traducido de todos los tiempos estaba en catalán, a cuya lengua fue vertido ya en el siglo XIX, pero Galicia se mostró mucho más perezosa con El Quijote, pese a los vínculos que se atribuyen a Cervantes con esta tierra. Bien es cierto, que en Cataluña transcurren algunas de las andanzas del ingenioso hidalgo, pero, ¿y qué decir de las "señoras facas" (yeguas gallegas) que con herraduras y dientes rechazaron el "deseo de refocilarse" de Rocinante, como glosó Ferrín? Sin embargo, hubo que esperar a muy, muy pasada la segunda mitad del siglo XX para que apareciese una traducción al gallego de la que está considerada la obra cumbre del castellano.

Así que, la conmemoración del cuarto centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote, en 1615, dedicada al conde de Lemos, es una buena ocasión para rescatar del olvido la traducción que hizo en 1975 el escritor coruñés Leandro Carré Alvarellos y que publicó ese año la Real Academia Galega (entonces, y por mucho tiempo, gallega, valga la paradoja).

Carré Alvarellos (A Coruña, 1888-1976) se limitó a traducir dos capítulos, el XXV y el XXVI de la segunda parte de las aventuras del hidalgo y su escudero, con intención de completar después el proyecto, pero murió un año después y nadie tomó su testigo.

La traducción tenía por objeto contribuir a una iniciativa del Ayuntamiento de Consuegra (Toledo) que, en uno de sus célebres molinos de viento, pretendía reunir el mayor número posible de versiones del Quijote, con motivo de la Fiesta del Azafrán, y así se lo hizo saber a la Diputación coruñesa, que transmitió el deseo a la Real Academia Galega (RAG).

El 21 de julio de 1975, la junta de gobierno de la institución examinó la petición y, después de admitir su total desconocimiento de la existencia de versiones en gallego de la obra de Cervantes, aprovechó "la oportunidad" para encargar a Carré " la traducción de un relato corto de aquel insigne escritor".

En el limiar de la publicación de la RAG, el académico coruñés, hijo de Uxío Carré Aldao y uno de los fundadores de las Irmandades da Fala, escribe -en gallego- que, como el tiempo urgía, optó por hacer la versión de dos capítulos del Quijote, "con la promesa de emprender otra cosa de más valía", si la salud no le fallaba.

Escogió para empezar el citado capítulo vigésimo quinto, "Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titerero, con las memorables adivinanzas del mono adivino", y el siguiente, "Donde se prosigue la graciosa aventura del titerero, con otras cosas en verdad harto buenas".

Carré, que fue miembro del Seminario de Estudos Galegos y colaborador de Vida Gallega y A Nosa Terra y académico desde 1945, aduce razones más que sobradas para llevar a cabo su empresa: "Los dos apellidos de Miguel de Cervantes Saavedra son una muestra indiscutible de su origen gallego, Cervantes es un ayuntamiento del partido judicial de Becerreá, provincia de Lugo, en el que, según el historiador coruñés Manuel Amor Meilán, existió el apellido Saavedra; y este es también el nombre de varios lugares de la cuatro provincias gallegas, del que pudiera provenir".

"Aparte de esto", añade, "el espíritu humorístico del genial autor del Quijote es una característica literaria ya en la Edad Media manifestada en las cantigas de escarnio e maldizer de los trovadores galaico-portugueses, como también en muchísimas cantigas populares de nuestro país". Recuerda que hubo poetas humorísticos como el coruñés Enrique Labarta Pose, o el ourensano Xavier Prado, y que hay otros escritores humorísticos gallegos, aunque escribieran en castellano: "Luis Taboada, Julio Camba, Wenceslao Fernández Flórez y el gran Castelao", quien "supo aunar el dibujo magistral con el humorismo literario e irónico en la lengua gallega" (se olvidó de Cunqueiro).

Hubo que esperar a 1990 para que El Quijote tuviera su primera versión gallega, la traducción realizada por María Xosefa Senín, Xela Arias, Xosé Antón Palacios y Valentín Arias López, coordinador de la obra. La única completa, publicada y reeditada. Pero aún hay otra versión, la traducción manuscrita, y en letra de imprenta, llevada a cabo en 1972 por el general ferrolano Juan Beceiro Amado en veinte meses y que su hijo depositó en 2013 en la Academia.