"Era tal vez el mejor de mis amigos... y nunca cesó la comunicación intelectual entre nosotros... Tratábamos de literatura, de algunas novedades científicas al alcance de todos, hasta de política (cosa no muy del gusto de D. Francisco), y nada de iniciaciones, catequizaciones ni propagandas...". Quien escribía en estos términos de Francisco Giner de los Ríos (Ronda, Málaga, 1839-Madrid, 1915) era Emilia Pardo Bazán en la necrológica del fundador de la Institución Libre de Enseñanza (ILE). Con Concepción Arenal, fueron dos de las pioneras en reivindicar los derechos de la mujer en España y mantuvieron una estrecha amistad con el impulsor del regeneracionismo. Ellas fueron nuestras primeras sufragistas.

"D. Francisco me enseñó aquel sentido de tolerancia y respeto a las ajenas opiniones, cuando son sinceras, que he conservado y conservaré... D. Francisco respetaba, no solo con los labios, sino internamente, los sentires y pesares ajenos, y ponía en este ejercicio un espíritu de justicia y hasta de amor...", escribió Pardo Bazán de Giner, al que definió como un "agitador de conciencias".

La escritora coruñesa se sentía en deuda con el llamado "santo laico", gracias al cual tuvo acceso a una obra fundamental para el feminismo: "Era Giner resueltamente feminista. Todo lo que atañía al mejoramiento de la condición de la mujer le interesaba en el más alto grado. Por él conocía yo la famosa obra de Stuart, La esclavitud femenina, que tanto influyó en el movimiento feminista de Inglaterra, y que hice traducir y publiqué en castellano, cuando creía que pudiesen aquí importarle a alguien tales asuntos", decía ya con escepticismo Pardo Bazán en 1915.

La autora de Los pazos de Ulloa predicó con el ejemplo y, lejos de permanecer en el ámbito estrecho de la familia, reivindicó los mismos derechos para los dos sexos y tuvo amantes como Pérez Galdós o Lázaro Galdiano. En 1892 fundó La biblioteca de la mujer para difundir en España "las obras del alto feminismo extranjero".

Pero se vio decepcionada: "He visto, sin género de duda, que aquí a nadie le preocupan gran cosa estas cuestiones, y a la mujer, aún menos. Cuando por caso insólito, la mujer se mezcla en política, pide varias cosas distintas, pero ninguna que directamente, como tal mujer, le interese y convenga", escribió. "Aquí no hay sufragistas, ni mansas ni bravas. En vista de lo cual, y no gustando de luchas sin ambiente, he resuelto prestar amplitud a la sección de economía doméstica de dicha Biblioteca, y ya que no es útil hablar de derechos y adelantos femeninos, tratar gratamente de cómo se prepara escabeche de perdices y la bizcochada de almendra". Ella no siguió esa receta y en 1905 consiguió ser la primera mujer con carné de socia del Ateneo de Madrid: "La inteligencia no tiene sexo", reconoció La Época, pero le pusieron la proa en la Real Academia de la Lengua.

Concepción Arenal, que tuvo que vestirse de hombre para estudiar Derecho de la Universidad Central de Madrid porque la educación universitaria estaba a mediados del XIX vetada a las mujeres, conoció a Giner en 1968. Hacía cinco años que ella se había convertido en la primera mujer con un cargo relevante en la administración española: visitadora de Cárceles de Mujeres. Su amistad se afianzó en 1875, a raíz de la expulsión de la Universidad de Giner y otros catedráticos krausistas. Arenal, que como Giner daba gran importancia a la educación, coincidía con él en los aspectos religiosos profundos y en la necesidad de adecuar el Derecho natural al Derecho positivo, se solidarizó con su causa y le envió valientes cartas de apoyo.