El que hace la ley, hace la trampa. Axioma de los gobernantes meramente inmorales que, al tiempo que hacían la ley para preservar la justicia, urdían la trampa para burlar aquella ley. Este era el orden: primero la ley y de inmediato, pero después, la trampa. Ahora, aquellos gobernantes que no son solo inmorales, sino también infames, cínicos y villanos, han cambiado el orden: primero hacen la trampa y luego hacen una ley para ampararla y descartarla como delito. Pervierten y corrompen la finalidad esencial misma de la ley, que ya no es la aplicación de la justicia, sino la cobertura del crimen. Un ejemplo reciente de esto lo tenemos en España con las devoluciones ilegales en caliente de inmigrantes y refugiados. Primero se realizan y luego se hace una ley injusta para legalizarlas. Se trata objetivamente, pues, no de hacer justicia o garantizar derechos, sino de amparar el crimen y garantizar la impunidad de los que lo perpetran. Este es probablemente el grado máximo de corrupción política.

Pues bien, esto es lo que han hecho también la Comisión y el Consejo Europeo con el tratado UE-Turquía sobre los refugiados. Primero se incumplen las leyes de asilo y se causa y permite una auténtica catástrofe humanitaria y luego se trata de legalizar la ignominia con un tratado inicuo, que es ley para dar cobertura al crimen. Igualmente se pervierten los fines de la norma que no es ya ordenar y regular el éxodo o proteger los derechos de los refugiados, sino simple y llanamente deshacerse y desentenderse de ellos, vulnerando sus derechos reconocidos, como adecuadamente denuncia la ONU. Lo que han hecho los dirigentes europeos el pasado viernes negro es dar luz verde a la corrupción de la ley, ya que los matices introducidos a última hora y las escasas y presuntas condiciones garantistas del tratado son papel mojado y lo saben. Lo saben porque son sencillamente imposibles de aplicar y cumplir.

Han prevaricado y si esta prevaricación no se corrige y castiga, jurídica o políticamente, la Unión Europea será inviable porque habrá perdido los principios esenciales en que se sustenta. Y llegará entonces el triste momento de arriar bandera. No llegaría ya con ponerla a media asta.