En la ciudad de Esmeraldas, una de las zonas más afectadas por el terremoto de Ecuador, una coruñesa se recupera del "pánico" rodeada de música, motivo que la llevó al país sudamericano. El temblor ha sacudido los inicios de la segunda edición del Festival Internacional de Música de Esmeraldas (FIME), iniciativa impulsada por la oboísta de A Coruña Iria Porras y su pareja, el chelista de origen esmeraldeño y de padre gallego Francisco Vila. El encuentro, que reúne en Ecuador a figuras internacionales de la música clásica y unos cincuenta alumnos de sudamérica y Estados Unidos, mantiene las clases y talleres en la universidad cedida como sede, un lugar seguro por encontrarse elevado sobre el mar. Los directores pretenden continuar con la programación y adaptarla para cumplir su fin de acercar la música a donde menos abunda y, ahora, además, servir de bálsamo contra el dolor.

"Hubo un ruido ensordecedor y enseguida se fue la luz. Empezaron a reventar postes eléctricos y tomas de corriente y se movían los árboles y los coches. Y todo el cielo se llenó de rayos y estallidos. Teníamos a unos cincuenta alumnos a nuestro cargo; estábamos preparando la fiesta de bienvenida. Yo me abracé a un alumno, se nos abrazó una madre y empezó a rezar", recuerda Porras, y confiesa: "Pensé que allí mismo se abría la tierra y nos moríamos todos". Después de permanecer incomunicada en el edificio universitario desde el temblor, buena parte del tiempo sin luz ni agua, y comenzando a ver por internet imágenes de la ciudad y el país, Porras aseguraba ayer que los ánimos estaban más agitados que el día anterior ya que los esmeraldeños empezaban a "ser conscientes de los daños". "Han caído muchas casas. Mucha gente lo ha perdido todo", cuenta la coruñesa.

El estado de excepción del país y el nerviosismo podrían suponer la cancelación de parte del festival, aunque sus directores pelean por evitarlo y adaptar sus planes a la situación, para convertir las actuaciones en una suerte de terapia. "No sabemos si vamos a poder hacer los conciertos porque no se pueden hacer movilizaciones y eventos. Si no nos dejan, pretendemos hacerlos al aire libre. Queremos tocar en las zonas más dañadas", afirma la oboísta. Los directores del FIME intentan mantener la programación y defienden que la música podría aliviar y servir para rendir homenaje a las víctimas y a los afectados, además de brindarles un rato de distracción y belleza en medio del horror. "Sabemos que no irá mucha gente, pero queremos que la música pueda servir de cura para los damnificados. Parece que mañana [por hoy] vamos a poder tocar en una de las zonas más perjudicadas", explicaba ayer mientras realizaba gestiones también para ofrecer a los habitantes de Musine -isla en el epicentro del terremoto- que están "desalojados y en un campo de fútbol", la posibilidad de acudir a Esmeraldas a ver el concierto de hoy.

El festival, una iniciativa concebida por Porras y Vila con más esfuerzo personal que apoyo institucional, ha conseguido por ahora blindar una suerte de oasis entre el dolor en la universidad en la que se imparten las clases y se realizan ensayos y talleres. "Al día siguiente del terremoto, aun sin agua y sin luz, a las 9.00 horas estábamos todos tocando. Y a pesar de que el aeropuerto de Guayaquil estaba cerrado y de que todavía no habían reabierto las vías de comunicación, los chicos que faltaban por llegar desde otros países vinieron y estamos todos trabajando", celebra.

Entre las actividades que se frustrarán por los efectos del terremoto figura el concierto que Porras y el que fuera su maestro, el exsolista de la Orquesta Filarmónica de Berlín Hansjörg Schellenberger, iban a ofrecer junto a una orquesta en Guayaquil. Los músicos se reajustan y buscan vías en medio del caos para cumplir el propósito con el que nació el festival: "Llevar la música a donde más se necesita".