Mi amiga hoy no pertenece a ningún partido político. Y eso que sí militó en los tiempos en que uno se jugaba el tipo por ello. Pero sigue estando del mismo lado y le sale de dentro ponerse siempre de la misma parte. Quizá por todo ello reaccionó con enfado ante las trabas que se están poniendo los emigrantes para poder votar. En las pasadas elecciones fue de escándalo y para estas no se ha arreglado nada. Dicen que las trabas administrativas y burocráticas impedirán el voto de unos dos millones de personas, la inmensa mayoría objetivamente expulsadas del país que no les deja espacio suficiente para vivir con dignidad y, tras recortarles servicios, salarios y derechos, ahora les recorta objetivamente su capacidad de ejercer de ciudadanos libres y responsables. Hay algunos que hasta se pagarán un viaje para venir a votar, solo claro está por no doblegarse. Les saldrá caro, hasta puede que pierda su partido pero habrán ganado dignidad: esa dignidad personal, individual y modesta de la que nunca se sabe cuál puede llegar a ser su efecto mariposa. ¡Qué se cuiden los manipuladores, los cínicos y los que tienen el armario lleno de cadáveres! Mi amiga empezó a despotricar: "¿Qué les pasa? ¿No son los mismos que acarrean votantes en autobuses introduciéndoles el voto marcado en el bolsillo con la coartada de facilitar su derecho a monjitas, viejitos de los asilos o súbditos, más o menos aislados, del cacicato?". "Hubo un tiempo", recuerda mi amiga, "que todo eran facilidades para el voto de los emigrantes y hasta aquí llegaban sacas llenas de votos. De votos de vivos y de muertos. Hasta los jefecillos de los partidos viajaban por cuenta pública para hacer campaña en Argentina, Suiza o Venezuela prometiendo el oro y el moro y maquillando la realidad penosa del país. Lo que pasa es que aquella era otra emigración: la que enviaba remesas de divisas, era de derechas y era susceptible de mejor control y mayor engaño. La emigración de hoy, más libre, instruida y culta ya no les da por el palo. Eso es lo que pasa".

El enfado de mi amiga es una muestra de la indignación caliente que circula, constreñida, por las arterias de la ciudadanía y convendría reflexionar antes de que la cosa infarte.