Este mes se cierra con el undécimo aniversario de la aprobación definitiva de la ley del matrimonio civil entre personas del mismo sexo. Es quizá la muestra más evidente del reconocimiento legal de los derechos de aquellas personas que viven una opción distinta a la simple heterosexualidad. En la época moderna fue España, tras los Países Bajos y Bélgica, el tercer país en reconocer el matrimonio homosexual. Pero fue A Coruña la primera ciudad donde dos mujeres se casaron y por la Iglesia, ya en el año 1901, lo que pasa es que una de ellas, Elisa, se hizo pasar por hombre, se inventó un pasado, se hizo llamar Mario, fue bautizada por el Padre Cortiella y casada con Marcela. Estas dos mujeres eran maestras, se habían conocido durante sus estudios y ejerciendo su profesión se reencontraron, se enamoraron y montaron el paripé para poder vivir su relación. Por cierto, su boda se celebró en la Iglesia de San Jorge. Pasado un tiempo fueron descubiertas, la justicia tomó cartas en el asunto y trató de buscarlas para apretarles las tuercas, pero ellas huyeron y, no sé si comieron perdices, pero sí parece que fueron felices en Argentina hasta que Mario (Elisa) murió como hombre. Este acontecimiento tuvo una gran repercusión mediática en la época y Dios sabe cuánta ilusión e incluso sana envidia provocó en también sabe Dios cuánta gente. No sé si alguien ha recuperado detalladamente esta historia. Si se ha hecho me gustaría tener acceso a ella y, si no lo ha hecho nadie, sería interesante que se hiciera porque, en el fondo, han sido miles de historias semejantes en valentía, angustia y sufrimiento las que han cambiado y están cambiando, para bien, muchas cosas. Estas y otras vías de lucha pacífica, resistencia heroica, valentía y la audacia inteligentes y la superación de prejuicios y estereotipos son las que nos pueden hacer mantener la esperanza no solo ante canalladas como la masacre de Orlando, sino también ante la lacerante persecución, desprecio y rechazo que siguen sufriendo personas consideradas diferentes porque no se ajustan a patrones y convenciones tenidos única y torpemente como normales o, lo que es peor, como morales en exclusiva. A Coruña no debería olvidar a Marcela y Elisa.