La sexta temporada de Juego de tronos, la espectacular serie de HBO basada en la interminable saga de fantasía épica Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin, llegó anoche a su conclusión. Mas en vísperas de este capítulo, sus numerosos seguidores aún estaban en shock por la intensidad de la entrega anterior, La batalla de los bastardos, en la que se produjo el esperado enfrentamiento entre Jon Nieve y el malévolo Ramsay Bolton. Un aclamado capítulo cuya emisión coincidió con el partido decisivo de la final de la NBA, en el que LeBron James guió a sus Cleveland Cavaliers al título protagonizando una jugada decisiva que, además de la hora de emisión, guarda otras curiosas similitudes con este capítulo de Juego de tronos. La batalla de los bastardos cautivó a los espectadores con una intensa batalla en la que se incluye un impactante plano secuencia en el que la cámara sigue a Jon Nieve en medio de la refriega. Este recurso, que consiste en rodar en un único plano, sin cortes, una acción completa en un mismo espacio y tiempo, se ha venido usando, en estos últimos años, como solución distintiva (y distinguida) para las escenas de acción.

En el caso de Juego de tronos, el plano secuencia diseñado por Miguel Sapochnik para La batalla de los bastardos se distingue de otras propuestas en que mete al espectador dentro de la batalla como pocas veces se ha visto. Ese plano secuencia, que deja al ojiplático espectador clavado en la butaca, muestra el caos y la brutalidad de la lucha con una fisicidad inolvidable.

Mas esa misma noche que millones de espectadores estaban pendientes del resultado de la batalla por Invernalia, una multitud igualmente numerosa miraba hacia Oakland, donde otras dos huestes con resonancias míticas libraban una lucha decisiva. Allí, los Golden State Warriors comandados por Stephen Curry se enfrentaban a los Cavaliers de LeBron. En juego, el anillo de campeón de la NBA.

Guerreros y caballeros llegaban al séptimo partido, el decisivo, con un claro favoritismo para el equipo de Curry. Toda la serie, de hecho, había sido un conmovedor ejercicio de resistencia por parte de los Cavaliers, enfrentados a una escuadra histórica que, en temporada regular, había fijado la mejor marca de siempre: 73 victorias por nueve derrotas.

El encuentro siguió el patrón esperado, con los caballeros resistiendo los arreones de los guerreros, que amenazaban con destrozar su defensa en cada envite. Con esfuerzo y fe, los Cavaliers llegaron al tramo final empatados en el marcador. A falta de dos minutos, el electrónico marcaba un doble 89, y los de Cleveland tenían la bola.

Se la jugó Kyrie Irving, lugarteniente de James, con una dinámica penetración. Pero el balón no quiso entrar, y el warrior Andre Iguodala, que ya había amargado a Cleveland las finales de 2015 con su intensidad defensiva, agarró el rebote.

Iguodala inicia un irresistible contragolpe, avanzando con decisión hacia el campo contrario. A mitad de cancha, el alero abre hacia Curry, que de inmediato le devuelve la bola en una posición muy ventajosa para penetrar a canasta. El final parece escrito y los Warriors acarician el que sería su segundo anillo consecutivo.

Pero en ese instante, cuando Iguodala ya se eleva hacia el aro rival para dejar la bandeja que debía enterrar a los Cavaliers, emergió la figura de LeBron James, surgiendo de la nada como una deidad olvidada, como un caballero oscuro, y reventando el balón contra el tablero. "Era como Batman", confirmaría, tras el partido, otro astro de la canasta, Kevin Durant.

En los días siguientes, el tapón de James sería calificado como "la mejor jugada defensiva de la historia". No es para menos: Cleveland se llevaría finalmente el partido y el título, tras ajusticiar a los Warriors con su defensa y un triple de Irving. Pero lo llamativo, lo que une esta jugada a La batalla de los bastardos, es que los espectadores también pudieron disfrutarla en plano secuencia.

En este caso, no obstante, no había efectos especiales ni complejos despliegues de figurantes. Un movimiento sencillo, un barrido, casi tan antiguo como el propio cine, sirve para resolver la secuencia. Pero esta sencillez no resta intensidad al momento: eso lo pone LeBron James, el tipo que volvió a su casa, a su Cleveland natal, para llevar a sus caballeros a la gloria.

Si el despliegue de Jon Nieve en batalla había dejado a los espectadores clavados en la butaca, la prodigiosa cabalgada de LeBron los hizo ponerse de pie, dominados por un grito de rabia y emoción, asumiendo una realidad que muchos se empeñan en obviar: si James no es el mejor jugador de la historia, se le parece mucho.