Dicen que a estas alturas de campaña Hillary Clinton, según los sondeos, adelanta a Donald Trump en once puntos. Esta diferencia parece que va creciendo, no tanto por los méritos de Clinton, cuanto por la deriva atrabiliaria que va tomando la propuesta de Trump, que levanta abiertamente como banderas de su ideario y de su proyecto la xenofobia, el racismo, la homofobia o la misoginia y lo hace, además, de la forma más soez, procaz, zafia y vil. En este panorama, cualquier diferencia a favor de la demócrata parece insignificante, porque lo realmente significativo, para mal, es que un elemento como Trump, con un ideario como el que propone, haya podido llegar a competir como candidato a la presidencia de los EE.UU. y, de haber llegado porque no se le conocía bien, lo impresentable es que a estas alturas no haya sido expulsado y separado de la contienda electoral. El hecho de que Trump haya ganado las primarias republicanas resulta ya muy inquietante y revelador de que, al menos, en las áreas conservadoras del país se está desarrollando una patología letal con serias posibilidades de peligrosas metástasis en todo el cuerpo social. El conjunto de síntomas es alarmante, porque xenofobia, misoginia, racismo u homofobia solo pueden generar violencia y crimen.

También nos cuentan que, si en las elecciones solo votaran mujeres, Hillary arrasaría y Trump se despeñaría, pero que sería al revés si solo votasen hombres. De ser cierto esto, estaríamos ante una epidemia, el mal de Trump, que está afectando ya a prácticamente la mitad de la población americana: la población masculina.

Cuando esto sucede en la población de la primera potencia del mundo, los demás deberíamos revisarnos en busca de un diagnóstico precoz para cortar de raíz toda posibilidad de que estas patologías se desarrollen entre nosotros y evitar además posibles contagios que conviertan la epidemia en pandemia. Porque los síntomas del mal de Trump están también aquí. Larvados, latentes o virulentos, pero presentes. ¿ O no nos está pasando aquí algo parecido con la corrupción? Porque el hecho es que la corrupción se produce y reproduce en nuestro cuerpo social, que parece tolerarla, y se va haciendo crónica.