Teresa Ubalde es licenciada en Psicología por la Universidad de Barcelona y está especializada en terapia infantil y de familia. Forma parte del proyecto Voluntarios contra la soledad, promovido para paliar la situación de soledad de las personas mayores, bien en sus domicilios o en las residencias.

-Cada vez son más los mayores que en lugar de con su familia están en una residencia, ¿está cambiando esa cultura?

-Todos hemos tenido algún referente de nuestros padres y madres de cuidar a los abuelos, y eso está cambiando. Nuestra sociedad se va volviendo cada vez más individualista. El proyecto Voluntarios contra la soledad tiene que ver con esa tendencia: la gente tienden a quedarse aislada y desconectada; en el proyecto tratamos de ayudar a quienes se han quedado solos. Bien porque no tenían hijos u otra familia, porque están lejos y no se pueden ocupar...

-¿Aprecia algún cambio en este fenómeno respecto al ámbito rural?

-En una residencia por suerte o por desgracia satisfacen las necesidades básicas, pero la mayoría está un poco lejos de proporcionar también una red social, actividades culturales y una estimulación adecuada. Esto aquí se da cuando se da. Cuando está en su casa, en el medio rural sí tiene más apoyo de los vecinos, pero cuando tiene que salir a una residencia sucede casi al revés, quedan un poco desconectados.

-¿Necesitamos como sociedad avanzar en la consideración hacia los mayores?

-Sí, es una asignatura pendiente. Por un lado, desde lo público, porque a duras penas conseguimos que los ancianos que están solos tengan ayuda: en las residencias no hay plazas para ellos y no hay mucha consideración. La sociedad es cada vez más individualista, la gente tiene muchas ocupaciones, están muy agobiados con las actividades diarias y los ancianos requieren un tiempo del que ya no se dispone. En ese sentido no sé si llamarlo abandono o dejación, es relegar de alguna forma a la gente mayor. La sociedad también es hiperproductiva: la juventud es lo que prima y, según cómo, a partir de los 65 ya no vales para nada.

-¿Qué piden los mayores a los voluntarios?, ¿qué necesitan?

-Demandan cosas diferentes, pero hay una proporción muy grande que están esperando por la visita porque quieren salir. Algunos quieren que se les saque a pasear fuera de la residencia, lo tienen clarísimo. Quieren ir a dar una vuelta, bajar al mercado, ir a hacer algún recado, echar la primitiva o tomar un café. Hay otros que no tienen tanta movilidad y aprovechan para charlar, establecer un contacto; otros quieren alguna actividad de juego... Y luego que se les escuche, quieren hablar. Por ejemplo, hay una señora que vivió muchísimos años en Francia y ahora lo que quiere es cantar La Marsellesa, siempre recibe a los voluntarios así. Ahí hace gran labor Carlos Rueda, que es el coordinador de los voluntarios. Yo contribuyo desde un aspecto más técnico, pero quien se ocupa de toda la logística, de encajar a los voluntarios con los mayores y cuadrar los horarios es él.

-Como terapeuta familiar, ¿cómo ha visto cambiar los problemas de las familias y niños que llegan a su consulta?

-Sobre todo, a nivel de familia los problemas con los niños están fundamentalmente relacionados con la atención, el control, los límites y las normas. Las familias tienen grandes dificultades para dedicarles tiempo y eso también tiene unos problemas añadidos que van saliendo cuando van siendo mayores. Pero creo que más o menos es la dinámica de hace unos diez o quince años para aquí.

-¿Es necesario parar un poco el motor y ver lo que está sucediendo tanto con los mayores como con los niños?

-Es lo que pasa a todos los niveles: vivimos muy aprisa y las relaciones se resienten. Da lo mismo hacia los mayores que hacia la pareja o los niños. Tenemos una energía limitada y si la dedicamos a unas cosas no puedes dedicarla a otras. Ahora importa mucho lo económico y estamos muy atados por la cuestión productiva, por el trabajo y la ocupación. Esto nos lleva una parte de energía muy grande.

-¿Recomienda priorizar?

-Lo más importante es ser conscientes de que tenemos una energía limitada. Uno de los problemas que cada vez veo más son el estrés y la ansiedad y buena parte viene dada porque aspiramos a llegar a todo. Ser conscientes de que hay que repartir la energía, de que no podemos ser tan ambiciosos de querer hacerlo todo haría que viviésemos un poco más despacio y menos estresados. Nos pasa mucho a las mujeres, que queremos estar en veinte cosas y desarrollamos unos cuadros de estrés terribles. Están aumentando básicamente los cuadros de estrés clínico, no el de "qué estresada estoy hoy".