Los jesuitas son la orden religiosa más numerosa y tienen presencia en 127 países. El pasado octubre eligieron en Roma al venezolano Arturo Sosa como nuevo Padre General durante la Congregación General 36 de la Compañía de Jesús, en sustitución del español Adolfo Nicolás. Testigo de excepción y participante en la votación secreta -junto a otros 216 electores- fue el jesuita José Ignacio García Jiménez (Madrid, 1964), director del centro social en Bruselas.

-¿Qué dirimieron en Roma?

-La primera misión era elegir un nuevo Superior General de los jesuitas, alguien que tiene toda la autoridad porque somos una organización bastante vertical, que marca nuestras líneas, nuestra presencia y trabajo. En 2008 se fue el padre Peter Hans Kolvenbach y el padre Adolfo Nicolás asumió el cargo. Ahora, próximo a cumplir los ochenta años tenía un cansancio físico y un deterioro de salud que motivaron su renuncia. Y hemos elegido al padre Arturo Sosa y sus consejeros con una representación regional por distintos lugares del mundo, también por edad y que aporten experiencia o formación en diferentes campos para que se equilibre el equipo de consejeros.

-¿Han hecho análisis de cómo está la Compañía?

-Es un documento que se guarda secreto y sólo se discute en esta asamblea. Pero podemos decir que no estamos tan mal, sí que estamos disminuyendo, somos menos prácticamente en todo el mundo excepto en África y en Asia. Es tema importante la disminución numérica. También hablamos de la actividad apostólica y elaboramos documentos para discusión. Uno sobre nuestra vida y actualización de la misión hoy, otro de organización interna y colaboración con los laicos y una carta escrita a los compañeros que trabajan en zonas de guerra como Siria o Sudán del Sur, un mensaje de solidaridad, de tenerlos presentes.

-Fue su primera cita con un Papa jesuita.

-También porque es la primera vez en la historia que hay un Papa jesuita. En cada Congregación hemos invitado al Papa. Con nosotros estuvo Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora nos encontramos con Francisco. Lo que ha cambiado es que antiguamente íbamos nosotros al Vaticano y esta vez él ha venido a nuestra casa, estuvo una hora con nosotros de discurso y luego otra hora y media más de sesión abierta, de preguntas y respuestas. Un debate con él familiar y abierto.

-¿Participó como Papa o como jesuita?

-La fórmula es complicada pero cuando un jesuita es nombrado obispo, y Francisco fue durante años Arzobispo de Buenos Aires, digamos que deja de ser jesuita, tiene raíces jesuitas pero ya no está sometido a la obediencia de los superiores. Al ser obispo responde ante el Papa.

-¿Cómo valora la etapa del padre Adolfo Nicolás?

-Después de que Kolvenbach había estado 20 años en el cargo fue un reto importante. Ha dejado huella con su llamada a profundizar en nuestros apostolados, su preocupación por el riesgo de la superficialidad y su apuesta por la formación intelectual, que transmitiésemos una inquietud y de análisis por los problemas del mundo. Además, ha dejado abierta una puerta a Oriente y Asia. Y, muy importante, ha hecho una llamada a que no haya un monopolio occidental en el pensamiento, que seamos capaces de pensar en otras claves interculturales. También deja una huella de fraternidad, es hombre cercano.

-Sosa es el primer no europeo en ser elegido como General. ¿Qué supone el cambio?

-Hay cierta alegría porque la Iglesia respira mucho con el corazón latinoamericano, tanto con el Papa como ahora nuestro Padre Superior. Latinoamérica está tomando un relevo a lo que ha sido el liderazgo occidental de mucho tiempo. Trae un tono pastoral, más cercano a las personas y a sus problemas. Sosa proviene de un país con tiempos conflictivos y eso permite atención a lo que es reconciliación y mediación, construir puentes.

-¿A qué obedece el repunte en África y Asia de la Compañía?

-Son zonas de evangelización creciente. No son iglesias jóvenes; son maduras, pero en crecimiento. En África el clero ya es autóctono mayoritariamente y cada vez hay menos misioneros extranjeros. En Asia, hay zonas, como Vietnam, donde la iglesia estuvo restringida y ahora que se le abren oportunidades hay un crecimiento grande.

-El papa Francisco advirtió que la inmigración y refugiados es la "mayor emergencia" de Europa desde la II Guerra Mundial. ¿Qué opinan?

-Es un diagnostico fuerte que quizás no nos gusta escuchar. Después de vivir en un gran bienestar, ahora, en Europa empezó a fallarnos y se su sumó un proceso de crisis, de desempleo y dificultades internas. Y justo ahí recibimos un flujo de personas que piden ayuda desde Siria, Iraq o Afganistán. La respuesta europea ha sido decepcionante, nos hemos encerrado, hemos puesto trabas y las seguimos poniendo. El Papa hace una llamada humanitaria ante algo que sorprende, porque Europa ha tenido tradición y capacidad de acogida pero nos ha pillado demasiado preocupados por nosotros mismos.

-¿Ya no somos solidarios?

-Quizás sea un poco fuerte decirlo así. Estamos en un momento de más parálisis, de miedo. La crisis ha sido dura en varios países, la integración de personas musulmanas no ha sido tan fácil como pensábamos pero no creo que no seamos solidarios, solo paralizados y asustados. Después las personas responden, con donativos y ayudas. La generosidad, si nos paramos a pensarlo, está ahí.

-¿Estamos agarrotados por la incertidumbre?

-No hay ningún tiempo que esté del todo escrito. Incertidumbre y preocupación hay pero pensemos en la I o II Guerra Mundial. Quizás el reto para los creyentes es encontrar las señales positivas de este tiempo, como invita a hacer Francisco.