Las reflexiones de Pablo D'Ors son atípicas: predica el silencio y augura un movimiento creciente de adeptos a esta corriente entre religiosa y ética. Este cura ha fundado el colectivo Amigos del Desierto para meditar. Es miembro del Pontificio Consejo de la Cultura (elegido directamente por el Papa) y autor de un libro peculiar que se ha convertido en bestseller: Biografía del silencio. D'Ors (Madrid, 1963) se acomoda para hablar y, antes de responder, calla y piensa unos segundos.

-Dice que el silencio tiene un poder. ¿Cuál?

-El de transformar nuestra vida. Las palabras cambian el mundo, y el silencio nos cambia a los demás. Es un poder, además, bastante desconocido. En Occidente podemos entrar en la revolución del silencio.

-Lo dice cuando más ruido hay.

-¡Exacto! Por eso es cuando mayor es la necesidad. Todo este ruido tiene que explotar y crear silencio. Karl Rahner, un gran teólogo del siglo XX, decía que el siglo XXI sería místico o no sería.

-Habla de transformación social. ¿Hacia qué dirección puede empujarnos esa revolución del silencio?

-Hacia una triple dirección. En primer lugar, hacia la comprensión de que el silencio es cultura. Siempre hemos identificado la cultura con la palabra y la imagen, mientras que nos hemos olvidado del silencio. Digo cultura porque el silencio es una forma de cultivo de uno mismo. Solo así podemos entender que culto, cultura y cultivo van de la mano siempre. La segunda línea es que Occidente necesita volver al desierto, como metáfora de la interioridad y el silencio.

-¿Cómo?

-El relato fundacional de Occidente, en mi opinión, es el éxodo del pueblo judío, que de la esclavitud del desierto pasa a la tierra prometida. Todo ese camino que hay de la esclavitud a la plenitud es el desierto. Y creo que Occidente está viviendo una época de esclavitud por nuestro ruido, por nuestra dispersión, por una existencia desaforada. A mayor conexión con el exterior, menor con el interior. Y el ser humano también es interioridad. Y si queremos huir de esa esclavitud, tenemos que atravesar el desierto. El desierto es duro. Pero Occidente tiene que volver al desierto para encontrarse a sí mismo.

-¿Y la tercera razón transformadora del silencio?

-Solo cuando las relaciones están fundadas en el silencio compartido se puede generar una relación de amistad sólida. La palabra puede generar afinidad o empatía intelectual o sentimental. Pero el silencio genera algo más profundo: comunión espiritual.

-¿Está sobrevalorada la comunicación en estos tiempos de redes sociales y mensajería instantánea?

-El exceso de comunicación puede ser a la larga perjudicial. Más no es mejor; a veces, menos es mejor. La comunicación que no aboque a la comunión se queda en la superficie y no es muy constructiva.

-Dice que sufrimos una sed de silencio. ¿Qué manifestaciones tiene esa carestía?

-El estado ansioso, depresivo y neurótico en el que vivimos buena parte de nosotros. Hemos idolatrado la acción y el pensamiento. Mi propuesta es recuperar la pasión y la contemplación. Son las propuestas genuinamente cristianas.

-Ha escrito la Biografía del silencio. ¿Cómo nació y quién asesinó al silencio?

-¿Asesinó por qué?

-Porque apenas se ve por ningún lugar al silencio.

-En el principio era el silencio.

-¡Nos dijeron que era el Verbo!

-Sí, pero podemos escuchar el Verbo porque hay un silencio que posibilita esa escucha. Lo opuesto al silencio no es la palabra, sino el ruido. Ni el Hijo está sin el Padre, ni el Verbo sin el silencio. Tampoco hay que hacer del silencio un ídolo. El silencio es generar la capacidad de receptividad, de acogida. En la meditación, que es la escuela para aprender a silenciarse, aprendes que hay tiempo para silenciarse y otro para hablar. Y que la palabra será fecunda en la medida en que nace del silencio y aboca a él.

-¿Y quién lo asesinó, al silencio?

-Yo no creo que el silencio esté asesinado. Es una realidad omnipresente pero también omnignorada. Existe, aunque no es escuchado.

-Hablaba de silenciar. Es más fácil silenciar un móvil que silenciar a una persona.

-Silenciar a una persona, en sentido positivo, requiere de un entrenamiento, de un camino. Hoy es el gran camino de humanización. No se puede hacer con un clic, sino con una triple entrega: la entrega de tu cuerpo, de tu tiempo y de tu mente. La quietud, que es el silencio del cuerpo. La entrega del tiempo, que implica la superación de nuestro principal cáncer: la presión del rendimiento, de aprovechar el tiempo, del utilitarismo. Al entregar la mente, con la meditación, uno busca vaciarse.

-¿Qué dieta de silencio sigue usted? ¿Televisión, móvil?

-Yo me aplico una hora y media diaria de silencio y meditación. Más, aparte, un día a la semana de desconexión total, y diez días seguidos al año de silencio. El silencio no es solo ausencia de palabras, sino también ausencia de ego. Hay que procurar que la atención no esté puesta en uno mismo.

-¿Pronostica a medio plazo un desenganche de la sociedad a esta adicción general a las redes, al móvil, al WhatsApp?

-Pronostico una minoría significativa y profética que va a simbolizar que es posible vivir de otra manera más constructiva. Será una alternativa simbólica.

-A usted le dicen mucho que no parece sacerdote. ¿Eso es un elogio o una derrota para la Iglesia?

-El papa Francisco decía hace poco durante una entrevista que su mayor preocupación sobre la Iglesia es que cayera en el clericalismo. Me parece de una osadía extraordinaria, que yo aplaudo. Teme que los sacerdotes se estén alejando de la gente. En la medida en que te alejas de las personas, te alejas de la verdad. Si me dicen que no parezco cura, espero que se refieran a que no tengo modos clericales. Parezco uno de los nuestros, como Jesús, que se hizo uno de los nuestros. Eso ha de ser un cura.

-A los curas siempre les dio más por el sermón que por el silencio.

-Eso es triste cuando es un hablar que no ha sido precedido del silencio. La palabrería, la charlatanería, la palabra vana son una acusación que se hace a muchos eclesiásticos y a los políticos. Pero yo creo que la gente no se deja engañar tan fácilmente: sabe cuándo uno habla para manipular y cuándo lo hace desde el corazón y con pasión.

-¿Quién debería callar más?

-Yo.