"Ayer, a las cuatro de la tarde, a poco de ver pasar las patrullas de cadetes y las piezas de artillería hacia el Palacio de Invierno -centro del radio gubernamental-, me acerqué al vecino puente Litieyne a mirar las naves recién ancladas en el Neva [...]. La excitación en ese punto de la ciudad era extrema; afluía de los populosos suburbios la muchedumbre proletaria que desde la mañana esperaba órdenes de sus caudillos, y asomaban bajo las chaquetas de los hombres las armas que se les repartiera la noche antes".

Quien esto escribe es Sofía Casanova (A Coruña,1861-Poznan, Polonia, 1958), que asistía en San Petersburgo a las vísperas de la toma del palacio de los zares y al triunfo, hace ahora un siglo, de la Revolución rusa de 1917. La escritora y periodista coruñesa fue destacada de forma permanente por el diario ABC en la Europa oriental a propuesta de Luca de Tena. Se convirtió así en la primera española corresponsal fija en un país extranjero y corresponsal de guerra.

Mujer de gran cultura, cultivó la poesía, el teatro y la novela, y gozó de reconocimiento en los ambientes literarios madrileños de la época, donde conoció al que sería su marido, un filósofo idealista polaco especialista en Platón, Wincenty Lutos?awski, con el que se fue a Polonia. Llevó siempre en el recuerdo a su país y a sus amigas, Blanca de los Ríos sobre todo, y también a Galicia y A Coruña, a donde regresaba todos los años para pasar el verano en Mera con sus cuatro hijas (una de ellas nació aquí). En el pazo de Hombre, en Almeiras, había pasado su infancia.

Se fue a vivir a Drozdowo, en el norte de Polonia, entonces provincia rusa. La carrera diplomática de su marido -que la repudió por no darle un hijo varón- le permitió no sólo viajar por Europa, aprender varios idiomas, relacionarse con personalidades de la esfera política e intelectual si no también vivir de cerca los grandes acontecimientos del siglo: el nacimiento del sufragismo en Inglaterra, la expansión del sindicalismo, la revolución rusa, las dos guerras mundiales y la persecución nazi de los judíos en el gueto de Varsovia.

Las crónicas de Sofía Casanova combinan la narración periodística y literaria con el desgarro humano que conlleva la guerra. Gracias a esas crónicas, que publicaba el diario ABC -y con enorme retraso, puesto que las comunicaciones estaban muy lejos de la inmediatez actual- los españoles conocieron el devenir de la revolución rusa -la revolución maximalista, decía ella-, la caída del zarismo, la toma del poder del proletariado por los bolcheviques y la instauración del comunismo liderado por Lenin.

Sofía, que tenía 56 años, escribía cada día desde su cuarto en San Petersburgo, cerca del río Neva, entre los ecos bélicos, la crónica inmediata de la guerra, los avatares diarios y sobre la trascendencia de la nueva era que se abría ante sus ojos, llena de incertidumbre y violencia.

"La guerra civil desencadenada es el mayor desastre que aterra a Rusia, y nos envuelve en odio y sangre", consigna: "No es posible escribir literariamente, ni casi con sintaxis, de lo que ocurre. Se atropellan los hechos, y hay que hacer cronología y sintetizar la situación, cosa actualmente imposible".

"Al escribir estas líneas se oyen los primeros cañonazos dirigidos a la roja enorme mole del Palacio de Invierno, donde el zarismo había concentrado sus imperiales esplendores y que ahora cobija al Gobierno republicano, bombardeado por sus contrincantes, los radicales pacifistas. En la negrura de la noche resuenan los disparos de las baterías de la fortaleza y los del crucero Aurora, para rendir el Palacio. El corazón y los nervios de quienes estamos en el centro de esta hoguera sufren, desmayan..."

"Se ha entregado el Palacio de Invierno, y Lenin, con la guarnición y los proletarios de San Petersburgo, manda y gobierna. Hasta ahora no hay pogron ni la batalla se generaliza. Pero los idiotas que me aseguraron ser unos cobardes los bolsewiks (el partido proletario militar) y que cuatro tiros los harían someterse, se engañaron y se engañarán en lo que les quede de vida.

"Los bolsewiks se han echado a la calle seguros de su fuerza y decididos a vencer o morir. Para ellos es una causa real la de la paz, y la de sus reformas agrarias...".

Su olfato periodístico la llevó a entrevistar al otro gran líder de la revolución, Trotsky. La acompañó Pepa, su fiel sirvienta gallega, que quedó espantada ante "la canalla muy armada" que lo protegía. No le gustó: "No se revela en él ni la voluntad, ni la inteligencia; nada, en fin, potencialmente fuerte. Podría pasar por un artista decadente, y, sin embargo, yo creo que tiene un valor irremplazable en la Rusia actual, y que no son las circunstancias precarias las que dan relieve a una medianía, sino que es la personalidad de este hombre la que se impone a aquéllas con actos de un plan político desconcertante y trascendental". Era la primera persona española que entrevistaba a Trotsky, creador del Ejército Rojo.