Las artes, pero especialmente el teatro y el cine, son esencialmente proféticas. No en el sentido de revelar el futuro, sino en el más genuino de denunciar el dolor, las contradicciones del ser humano y el fracaso político y social en el presente. Quizá este gen de las artes, del que es prueba y ejemplo la última decisión del MoMA de New York, es lo que ha llevado a las galas de los Goya a producirse como un altavoz en amparo de los derechos y de la dignidad conculcados, en la denuncia abierta de la corrupción del poder, en la defensa de las libertades y en la expresión de solidaridad con los que pagan el pato de la desigualdad y de la injusticia. Tan cardinal ha sido este papel que algunos llegaron a temer que se desdibujara el objetivo primordial de la gala: reconocer el talento y el trabajo de los profesionales e impulsar el desarrollo y la excelencia de la actividad creativa. En este argumento confesable se basaron las críticas a los presuntos excesos reivindicativos, coartada de las inconfesables presiones para poner sordina, si no mordaza, a las temibles voces de prestigiados actores, creadores y técnicos que nos obligaban a mirarnos en el incómodo espejo de la madrastra. Quizá por esto, la nota distintiva de los Goya de este año fue su contención profética. Contención sutilmente insinuada por Dani Rovira en uno de sus gags. Contenida, pues, y demasiado sutil me pareció la carga reivindicativa de esta gala de los Goya. Encorsetada por un guion de ballenas excesivamente rígidas y a veces mal diseñadas, aunque es preciso reconocer que un guion para una ceremonia como ésta resulta siempre ser un corsé de difícil confección. En definitiva, una gala excesivamente cohibida, con la que nos está cayendo urbi et orbi.

Por fortuna, parece que esta mutación no afectara a la genética del cine porque reivindicaciones sí que hubo: algunas más solapadas o crípticas que otras veces y otras tan diáfanas como la de Silvia Pérez Cruz que cantó alto, claro y a capela:

"Te roban y te gritan,

y lo que no tienes también te lo quitan.

Y es indecente, es indecente,

gente sin casa, casas sin gente".

Malo sería para las artes y, por tanto, para el cine que, desde el poder, se lograra alterar su genética.