Fue una época en la que brillaron mujeres bravas que vencieron prejuicios sociales y tuvieron su propia voz: Emilia Pardo Bazán, Sofía Casanova, Fanny Garrido, Filomena Dato... En esa Coruña vivió y se desarrolló como pianista y compositora Eugenia Osterberger (Santiago, 1952-Niza, 1932).

Mujeres que leían la prensa, hablaban de política, escribían, componían, seguían la actualidad, se preocupaban por el gallego y discutían de los asuntos candentes. Ese era el clima en el que se abrió camino Osterberger, que en Francia sería conocida como Madame Saunier, el apellido de su marido.

Era, también, tiempo de grandes músicos: Canuto Berea, Marcial del Adalid, Chané, Baldomir o Pascual Veiga. Y escritores: Pondal, Murguía, Galo Salinas, Lugrís Freire, Tettamanci, Eladio Rodríguez o Eugenio Carré.

Esta era la A Coruña que conoció Eugenia Osterberger Luard en 1879, cuando, tras casarse, se instaló en la ciudad con su marido, el ingeniero de origen francés FranÇois Saunier Goubard, director de la Fábrica del Gas y más tarde cónsul de Rusia. Una Coruña que vivía el Rexurdimento bajo los ecos del regionalismo.

El matrimonio tuvo siete hijos, además de los dos aportados por Saunier, que era viudo. La casa -un chalé en la Fábrica del Gas- se convirtió pronto en centro de frecuentes veladas a las que asistía la burguesía coruñesa culta y en las que se recitaban poemas y se interpretaban piezas musicales. En esas reuniones, Eugenia mostraba su virtuosismo con la voz y el piano.

Lo cuenta Rosario Martínez en Eugenia Osterberger: A compositora galega da Belle Époque (1852-1932), un libro acompañado de un CD (Ouvirmos) con la voz de Susana de Lorenzo y el piano de Beatriz López-Suevos, responsable del estudio musical del proyecto.

Martínez -incansable investigadora y propagandista de la figura de Sofía Casanova- se topó en sus pesquisas sobre la escritora y periodista con esta mujer olvidada, que a su juicio, "contribuyó de forma singular a la creación de una música gallega de raíz popular".

Eugencia era hija de Jorge Osterberger, destacado grabador y litógrafo alsaciano que había venido a la ciudad para trabajar con Enrique Luard Falconier y que acabaría casándose con su hija y trasladando su residencia a Santiago, donde nacieron sus hijos.

Desde niña, Eugenia manifestó su pasión por la música y a los 9 años tuvo su primer piano, adquirido en la tienda de Canuto Berea, que sería su proveedor de partituras a partir de entonces.

Rosario Martínez considera a Osterberger a la altura de Juan Montes o Chané y lamenta el desconocimiento que hay de su figura y su obra. Lo atribuye a la dificultad de desarrollar una carrera musical por el hecho de ser mujer en la sociedad de su tiempo y a la escasez de documentación existente.

Se sabe, no obstante, que estudió en Francia, que dio clases de francés y de piano en Santiago y también en A Coruña, cuando ya gozaba de un alto nivel de vida. Participó en veladas y galas benéficas, colaboró en 1883 con Pardo Bazán en la creación de la sociedad del Folklore Galego, frecuentó los ambientes del galleguismo intelectual y fue correspondiente de la RAG.

Puso música a piezas en gallego y, en 1898, con ocasión del homenaje tributado por la Liga Gallega a Sofía Casanova, en víspera de su regreso a Polonia, interpretó dos piezas propias, una muiñeira y Adiós a Galicia. Sofía, que dedicó dos poemas a Eugenia, se llevó partituras de la compositora con intención de difundir su obra.

"Siguiendo la moda de Alemania y Francia, Osterberger hizo composiciones con letras de temas populares pero composiciones cultas, como hicieron los alemanes con el lied, o como con la canción francesa, que fue su modelo", dice Martínez, para quien, "como compositora, estaba completamente al día de lo que se hacía en Europa y tocó todos los palos. No estaba aislada del mundo y puso Galicia a la altura de Europa".

Cartas enviadas a Canuto Berea dan cuenta de su frágil salud y de su temprana dedicación a la música. En una de ellas, aún soltera y estando de descanso en Betanzos, le pide un piano de alquiler: "Sin ese instrumento quedo y quedaré siempre un cuerpo sin alma, un espíritu sin alimento". La última carta, en la que lamenta no haberse despedido por estar enferma, se la envía desde Niza, a donde la familia Saunier se trasladó a principios del siglo XX. Ella siguió tocando, componiendo y difundiendo su obra, que fue publicada por Canuto Berea en A Coruña, y en Madrid y París.