Su determinación y carácter están fuera de toda duda. Qué mujer si no podría llegar a capitanear un equipo de fútbol formado solo por hombres. Porque si hay un deporte exclusivamente masculino es el del balompié. Sin embargo, la coruñesa Irene González logró esa hazaña. Y no solo eso. Además de formar su propio club -el Irene F. C.- jugó nada menos que de guardameta, la posición más expuesta y en la que no cabe el abrigo de los otros jugadores, lo que la convierte en la futbolista más extraordinaria. Ocurrió en la A Coruña de los años veinte. La gesta de Irene y su nombre han quedado en el olvido más miserable, a pesar de que en su época fue de lo más popular y los campos se llenaban para verla jugar.

No era fácil golear la portería de Irene, que era alta, de complexión fuerte y dicen que tenía una buena colocación ante los palos. "Atrapaba con seguridad los balones altos y siempre se mostraba decidida en las salidas a los pies", escribe Carlos Freire Cordeiro, autor de la única nota biográfica conocida.

De ella solo quedó el nombre y el primer apellido porque para todos era, simplemente, Irene, una auténtica pionera en el mundo del fútbol, puesto que no hay constancia de otra mujer futbolista en una época tan temprana.

"Ponía un muñeco futbolista en el fondo de la portería para que le diese suerte, igual que hacía el mítico Zamora, y durante todo el partido no paraba de gritar y de moverse dando instrucciones a sus defensas, que le obedecían como buena capitán que era", relata Freire, autor de Todo sobre o fútbol galego, (Xerais, 2012).

Jugó primero en el Orillamar, siempre rodeada de hombres, los de sus huestes y los rivales, y más tarde formó su propio equipo, el Irene F. C., que estaba federado. Sus exhibiciones, habitualmente en los campos de A Estrada y Fortaleza, en Santa Margarida, solían congregar a numerosísimo público, que la consideraba un mito.

Solo se conserva una fotografía de Irene, en la que se le ve uniformada con camiseta blanca de cuello alto y falda pantalón negra. Con los brazos cruzados, muestra una seguridad aplastante.

El periodista Óscar Losada también quiso rescatar su memoria hace unos años con el cortometraje Irene, a porteira, pero se encontró ante un vacío inexplicable. Ni una referencia, ni una fotografía del equipo... Nada. Y ya casi no quedaba nadie que la hubiera visto jugar.

Vivía aún el legendario guardameta del Deportivo Rodrigo Vizoso (1909-2009), gran admirador de Irene, que encarnaba la pasión por el fútbol, decía. Recordaba que a menudo Irene iba a verlo jugar y se colocaba detrás de su portería para animarlo con gestos y gritos de entusiasmo.

"El de Irene es un caso insólito, marciano. Es el primero en el mundo de una mujer que funde un club de fútbol, y con hombres", declara Losada: "Ya es inaudito que una mujer jugase en aquellos años al fútbol, pero que encima fuese portera, que era tan notorio...".

"Debía de ser muy competitiva y dar un gran nivel, aunque no sepamos los resultados de los partidos", añade Losada, quien lamenta la falta de datos y el desconocimiento que hay de esta indómita mujer, cuya familia no veía con buenos ojos que se dedicase al fútbol. En más de una ocasión, su padre la sacó a rastras del campo. Pero eso no arredró a la convencida Irene, que con el dinero que obtenía de los partidos contribuía a la pobre economía de su casa.

Su popularidad fue tal que hasta le dedicaron un apropósito: "Mamá/futbolista quiero ser para jugar como Irene/ que juega muy bien. Mamá/ cuando sea mayor/ ganaré mucho dinero/ jugando al fútbol".

Una tuberculosis la sacó de la cancha en 1928. Se organizó un partido a fin de recaudar fondos para ayudarla y meses después La Voz de Galicia publicó una artículo titulado Hay que socorrer a Irene: "Nuevamente hay que llamar a los buenos sentimientos de los favorecedores de la desgraciada Irene, la exguardameta del equipo de su nombre, a fin de que no la olviden y le lleven algo de socorro. Con el importe que se había recaudado se recuperó toda la ropa que tenía empeñada, arregló su cama, con colchón y todo, del que antes carecía; se pagaron varios meses de alquiler que adeudaba y se atendió, naturalmente, a su alimentación y medicación. Pero aquello se evaporó y la enferma sigue sin levantarse de la cama y le falta todo lo indispensable". Murió poco después.