Suele decirse que Carlos III fue "el mejor alcalde de Madrid" porque cuando llegó al trono se encontró con una ciudad tan sucia y miserable que se empeñó en darle la vuelta para adecentarla. Lo hizo y, de paso, la engalanó y e hizo de ella una gran escenografía. Hubo, sin embargo, otro hombre acreedor del mismo título, que careció, en cambio, del afán propagandístico del monarca. Ese hombre fue un coruñés de nacimiento, el militar liberal Joaquín Vizcaíno, el famoso marqués de Pontejos, que pasaría a la historia como "el mejor y más eficaz alcalde de Madrid".

Joaquín Vizcaíno y Martínez Moles (A Coruña 1790-Madrid, 1840), en los dos únicos años que ejerció de alcalde, reordenó la capital de España, mejoró el empedrado de las calles, las rotuló, extendió el alumbrado de gas y llevó a cabo importantes obras de saneamiento. No es todo: fue el artífice de la primera caja de ahorros, una institución que nació llena de intención piadosa y que acabó en nuestros días por morir víctima de una gestión indecente.

Como muchos liberales, Vizcaíno, que combatió en la guerra de la Independencia, tuvo que exiliarse durante el período absolutista. Esa circunstancia le permitió conocer otras ciudades de Europa -París, donde vivió durante una década; Londres- y estudiar su urbanismo, y le sirvió de rodaje para su cargo de corregidor de la Villa y Corte.

El marqués de Pontejos se ocupó de reorganizar la ciudad. Para eso, lo primero que hizo fue encargar al arquitecto municipal Custodio Moreno que levantase un minucioso plano topográfico de la Villa. A continuación, llevó a cabo una profunda organización de la ciudad; la dividió en 5 distritos y 50 barrios, y mandó numerar las manzanas y ponerles nombres.

A fin de acabar con los barrizales que se formaban en invierno con la lluvia y las polvaredas ocasionadas durante el verano, reformó el empedrado y mandó elevar las aceras. Estableció también la reglamentación de los serenos y la policía urbana. En su afán por acabar con la insalubridad, reglamentó igualmente los mataderos y los mercados. Bajo su mandato se inauguró el mercado de los Mostenses y se abrió el Paseo de las Delicias de Isabel II.

Con objeto de combatir la peligrosidad de las calles, mejoró el sistema de alumbrado y estableció el primer gasómetro para iluminar la calle del Príncipe y la Carrera de San Jerónimo. Asimismo, estableció los primeros baños públicos de la ciudad -medida que le ocasionó no pocas críticas en su día- y mandó plantar numerosos árboles en calles y avenidas.

El escritor Mesonero Romanos, gran amigo suyo, alabó el " enorme talento como organizador" del marqués de Pontejos, al que asesoró en numerosas ocasiones e inspiró muchas de sus reformas. Con él coincidió en la Sociedad Madrileña de Amigos del País. "Llegó a ser el alma" de la institución, decía el autor de Escenas matritenses. Con otros socios, contribuyó de forma activa a crear el Ateneo de Madrid.

Otro aspecto fundamental del marqués de Pontejos fue su vertiente filantrópica: su preocupación por los más necesitados y su labor de beneficencia, en ocasiones aportando dinero de su propio pecunio, le llevó a fundar instituciones como la Escuela de Párvulos y el Asilo de San Bernardino, con el propósito de erradicar la mendicidad urbana.

Joaquín Vizcaíno había nacido en el seno de una familia hidalga oriunda de Vicálvaro (Madrid) que se había establecido en A Coruña cuando el padre fue destinado como fiscal togado de la Real Audiencia de Galicia. Probó nobleza por los cuatro costados para ingresar el la Orden de Santiago. Inició la carrera militar muy joven y llegó a capitán de dragones.

Se casó en 1817 con Mariana de Pontejos y Sandoval, IV marquesa de Casa Pontejos y condesa de la Ventosa. Poco después de contraer matrimonio, abandonó la carrera militar y, tras viajar por España, se estableció en Madrid. Al morir su mujer, Vizcaíno pasó a ser marqués consorte viudo de Pontejos

Su última labor de filantropía la creación de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid. En 1838, cuando abandonó la actividad política, comenzó a trabajar en este proyecto, su obra más querida, para la cual pidió ayuda económica entre los más pudientes de la capital.

La institución benéfica fue erigida por Real Decreto del 31 de octubre de 1838, mediante el que se encomendaba la dirección a una junta presidida por el propio Vizcaíno. Abrió sus oficinas al público el domingo 17 de febrero de 1839, un año antes de que, a los 50, muriese su artífice.

Con el marqués de Pontejos, la Villa y Corte pasó de ser una ciudad "anárquica y desordenada, maloliente y sucia", a transformarse en una urbe limpia y bien organizada. El pueblo madrileño se lo agradeció y dejó testimonio del reconocimiento a su mejor alcalde dando su nombre a una calle, una plaza y un paseo del parque del Retiro, además de dedicarle un busto en la plaza homónima y una estatua en la plaza de las Descalzas, ante el edificio de su querida Caja de Ahorros.

A Coruña también recuerda al político liberal, gran gestor y filántropo con una calle que rodea el mercado de San Agustín.

Otro buen alcalde, Manuel Casás, lamenta en sus memorias que A Coruña no hubiese tenido tal suerte: "¡Cuántas veces registrando las crónicas de las reformas realizadas en Madrid en los años que duró Pontejos en su cargo de Regidor, hemos advertido la necesidad de aplicar sus enseñanzas a La Coruña para mejorar sus servicios urbanos [...]". Pues eso.