Podría estar hablando horas y horas recorriendo la historia de A Coruña del último siglo. No pierde el hilo jamás y cuenta mil historias. Conoce a todo el mundo. Y todo el mundo -el suyo, claro está- la conoce a ella que, en lugar de contar ovejas para dormirse, cuenta las familias y repasa los hijos que tuvo cada una.

Titina Menéndez cumplió ayer cien años y lo festejó con una comida en el Náutico rodeada de sus sobrinos. Seguro que es la centenaria más joven. Y la más juvenil. Y la más coqueta. Coquetísima. Siempre bien peinada, se arregla y pinta todos los días como para ir a tomar el té.

Llevaba días -muchos- dándole vueltas a cómo iba a vestirse el día de su cumpleaños. Al final, se decidió por un conjunto de punto blanco con flores azules y una capa del mismo color por encima. "No estaré exagerada, ¿verdad?", le preguntaba a su sobrina la víspera. "No, tía, no, estarás estupenda".

Y estupenda y radiante estaba ayer María Enriqueta Menéndez Mariñas, Titina, nacida en 1917, y emparentada con el famoso periodista Enrique Mariñas -primos carnales- por vía materna y con la familia Fernández Atocha por parte de su padre, "hermano del único gentilhombre de A Coruña", recalca.

"Yo era una isla". ¿Por qué? "Nacieron todas seguidas mis cinco hermanas: Pasados cuatro años, vine yo, y otros cuatro años después, mi hermano. Así que era una isla. Ellas iban monísimas, y yo decía: 'Ahí van las señoritas de Menéndez'. A mí me daban la vuelta a los abrigos y me quedaba la botonadura en sentido contrario".

Titina, que desde hace tres años vive en una residencia en los Rosales, tiene una rapidez mental y agudeza sobresaliente. Cuando ve pasar ante ella a sus compañeros residentes para la cena, comenta: "El desfile de carrozas".

Pasa el médico a visitarla. Es hijo de una amiga suya, Beatriz Fernández Obanza, descendiente de los dueños de la banca homónima que había en la calle Real. "Y que cumplas muchos más, Titina, que estás estupenda", le dice el doctor.

-Ay, Caliñas, no; más, no.

Sus sobrinos, que han venido de Madrid para celebrar la efeméride, la obsequian con cremas, libros y ropa, lo que más le puede gustar. Porque, además de presumida, es una gran lectora. De periódicos y de libros. Estos días está leyendo uno de Marius Carol, el director de La Vanguardia.

Su padre tuvo una gran fortuna, lo que permitió a la familia vivir en el Cantón Grande. "En el número 10", apunta. Ella se asomaba y saludaba a los conocidos desde el balcón. Fue una de "las últimas sonrisas del Cantón", como escribió en su día el periodista José Luis Bugallal Marchesi. Los bancos acabaron con esa estampa, en la que destacaba Victoriano Sande, el dueño de la peluquería de hombres Victoriano, frente al Obelisco.

La familia Menéndez Atocha pasaba los veranos en la preciosa casa con embarcadero que tenían en la ría de O Burgo, bajo el puente de A Pasaxe, que todavía se mantiene incólume como un auténtico milagro. Una mala jugada arruinó al padre, y se acabaron aquellos idílicos veraneos y la casa del Cantón. La familia se trasladó a vivir a la calle Ramón de la Sagra.

Su tío paterno era "gentilhombre" del rey Alfonso XIII: "El único que había en A Coruña. Se casó de uniforme con María Brandón, que era una belleza, y llevaba la tradicional llave [asociada al cargo].

Trabajó, viajó y disfrutó. "Conocí a cuatro reyes y estuve en cuatro continentes", rememora Titina, que supo aprovechar las oportunidades que salieron a su camino. Como cuando la "destinaron" -según su terminología- a Segovia. "En Segovia me conocí a mi misma", dice a modo de confesión. En A Coruña era una más, pero en aquella ciudad "había diez chicas para 800 cadetes [de la Academia de Artillería]", recuerda. Y lo pasó de miedo. El fiscal Rivero de Aguilar, que era el "destinado" y la llevó a ella de ayudante, le había propiciado el destino. En Segovia pasó varios años y, después, el fiscal fue trasladado a Pontevedra, pero aquello era otra cosa: "Estuve sólo unos meses, pero no me gustó".

Fue en varias ocasiones a Estoril, donde vivía exiliada la familia real española. Nadó en la playa con "doña María [la madre de don Juan Carlos- y se divirtió con "don Alfonsito" [muerto de un tiro a los 14 años cuando jugaba con su hermano, el futuro Rey]. "Tenía miedo a hacerse una herida y sangrar [era hemofílico]. Un día, jugando, se lastimó, sangró y se puso muy nervioso. Cogí un pañuelo, lo mojé en whisky y le limpié la herida. Dejó de sangrar y se tranquilizó".

-¿Monárquica?

-Totalmente.

-¿La monarquía ahora...?

-No soy política.

En la boda de un Saboya, de la casa real italiana, saludó a Calouste Gulbenkian, el príncipe armenio del petróleo que se casó con la belleza coruñesa Herminia Borrel, de la que acabó por divorciarse: "Impresionaba, era muy guapo, pero claro, no me atreví a preguntarle por Herminia".

Una de sus hermanas era la modista Chola Menéndez, que tuvo una boutique a finales de los años sesenta y principios de los setenta con Celia Sández. Titina era la encargada y viajaba a París a comprar ropa. Su clientela solía también ser amiga: "Me preocupaba de que le sentase bien la ropa antes que de vender a toda costa". Recuerda "la decoración en marrón y rosa, de Emilio Rey", propietario de la tienda Anmoder, cuyo estilo se imponía entonces entre la burguesía coruñesa. "Y aquella escalera de caracol por la que yo subía y bajaba".

Cuando falleció Chola Menéndez -que merece otra página, con aquellas otras modistas de entonces, que marcaron una época en A Coruña-, Titina, que la ayudaba en el taller, continuó cosiendo: "Es que tenía muchas telas y botones". Todavía ahora coge la aguja y el dedal para algún descosido, ella, que no da puntada sin hilo.